Recuerdo una vez que uno me dijo que
era gay porque creía que así tendría una relación conmigo diferente de la de
que tenía con otros clientes, pero se equivocaba y mucho. Vamos si uno es gay
no tiene mucha gracia llevarlo a los probadores de ropa como hice con él, para
que te vea como te cambias el pantalón o un jersey. Esa es la salsa de la vida:
provocar los deseos, sabiendo que lo haces y después escuchar cómo se sentía la persona que los tenía, así
comparando la predicción con la resolución.
“Vamos, entra conmigo”, lo invitaba
cada vez que cogía una prenda nueva y mientras me sacaba la ropa que llevaba
puesta y me ponía la otra lo iba mirando de reojo. Se contenía mientras sostenía
la ropa que me había quitado, se movía nervioso, pero aguantaba el tipo.
Era como un corderito que iba
siguiendo a su pastorcilla entre aparadores y colgadores de ropa, pasando su
vista de lo que yo iba cogiendo a mi cara y mi cuerpo.
No era gay, eso seguro.
No sé que es más placentero de verdad
saber lo que haces, hacerlo o escuchar sobre lo que has hecho.
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