jueves, 25 de junio de 2015

DESDENTADOS

Sentada junto a la barra con la cabeza apoyada en el codo saboreaba mi  cubata de ron con coca cola. Aburrida sin muchas ganas de trabajar y con el sueño que no me podía quitar de encima escuchaba las quejas de una amiga. Me contaba lo mal que se había portado con ella su reciente novio y los problemas que había tenido para recuperar sus cosas después de haber roto con él.
     Tú te crees el cabrón no me quería devolver mi maleta —se quejaba la chica. Yo no le decía nada. Siempre elegía novios muy chungos, ninguno de ellos trabajaba y todos se habían aprovechado de ella. Yo le decía que esa clase de personas no le convenían, pero parecía que cuanto más cerdo era el tío más le atraía. 
     Ese al menos no te pegaba como el yugoslavo que tenías hace un año —le comenté.
     Es que en aquel entonces era tonta —me dijo segura de que ahora ya había dejado de serlo.
     Ya —conteste yo por no decir lo que realmente pensaba.
La mirada del camarero se quedó clavada en la entrada del club lo que significaba que alguien indeseable había entrado. Me giré para ver quién era y vi un grupo de hombres de origen desconocido, bastante guarros y feos entrando por la puerta.
—¿Esos tan feos de donde serán? —dije yo en voz alta.
—Parecen serbios o de por ahí —contestó camarero.
El grupito se acercó a la barra y pidieron dos cervezas para cuatro que eran. Compartiendo las botellas entre ellos estudiaban con detalle el local y las chicas. Todas los estábamos mirando y creo que todas con la misma cara de asco.
Pasados un par de minutos uno de ellos se levantó del asiento y voló hacia mí y mi amiga. La tonta de amiga le estaba sonriendo.
—Hola chicas —pronunció él con cierto acento eslavo, pero con seguridad de alguien que sabe hablar español.
—Hola, que tal. ¿Cómo te llamas? —empezó a coquetear con el mi amiga.
El tío no le hizo ni caso, se acercó a mí y preguntó:
—¿Para quién trabajas monada?
—¿Y eso?
—¿Tienes protección?
—Si, preservativos.
—Jaja, que graciosa.
En este instante se acercaron todos sus compañeros. Sonreían con las bocas bien abiertas. Entre los cuatro tenían unos cinco dientes en total. Yo  alejaba la nariz disimuladamente hacia la barra que apestaba a cerveza, lo cual me parecía oler mucho mejor que esos cuatro.
—¿Tienes novio? –preguntó el más joven de ellos.
—Si, claro.
—Pero seguro que no es como nosotros. ¿Qué es un viejo español o algo así?
En ese instante entraron un par de policías urbanos al local. El jefe, al que ya conocía, me sonrió. Levanté la mano exageradamente para saludarle, casi salté de la silla para que me viera.
—Ese es mi novio – comenté a los cuatro feuchos.
Al ver el tamaño y la musculatura del policía los cuatro a la vez empezaron a desvanecerse en la sombra del local y poco a poco, como el flujo del petróleo del Prestige se fugaron por la puerta.
El policía se acerco.
—¿Que tal estáis chicas? – nos preguntó a mí y a mi amiga.
—Aquí aguantando la basura —contesté.
—Bien, hasta pronto entonces.
Y se fue con su compañero a tomar una copa. La amiga furiosa me dijo:
—Tu capullo de poli nos espantó a los clientes.
Yo solo moví la cabeza pensando que tonta era la chica.

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