Sentada junto a la barra con la cabeza apoyada en el codo saboreaba
mi cubata de ron con coca cola. Aburrida
sin muchas ganas de trabajar y con el sueño que no me podía quitar de encima
escuchaba las quejas de una amiga. Me contaba lo mal que se había portado con
ella su reciente novio y los problemas que había tenido para recuperar sus
cosas después de haber roto con él.
—
Tú te crees el cabrón no me quería devolver mi
maleta —se quejaba la chica. Yo no le decía nada. Siempre elegía novios muy
chungos, ninguno de ellos trabajaba y todos se habían aprovechado de ella. Yo
le decía que esa clase de personas no le convenían, pero parecía que cuanto más
cerdo era el tío más le atraía.
—
Ese al menos no te pegaba como el yugoslavo que
tenías hace un año —le comenté.
—
Es que en aquel entonces era tonta —me dijo segura
de que ahora ya había dejado de serlo.
—
Ya —conteste yo por no decir lo que realmente
pensaba.
La mirada del camarero se quedó clavada en la entrada del
club lo que significaba que alguien indeseable había entrado. Me giré para ver
quién era y vi un grupo de hombres de origen desconocido, bastante guarros y
feos entrando por la puerta.
—¿Esos tan feos de donde serán? —dije yo en voz alta.
—Parecen serbios o de por ahí —contestó camarero.
El grupito se acercó a la barra y pidieron dos cervezas para
cuatro que eran. Compartiendo las botellas entre ellos estudiaban con detalle
el local y las chicas. Todas los estábamos mirando y creo que todas con la
misma cara de asco.
Pasados un par de minutos uno de ellos se levantó del
asiento y voló hacia mí y mi amiga. La tonta de amiga le estaba sonriendo.
—Hola chicas —pronunció él con cierto acento eslavo, pero
con seguridad de alguien que sabe hablar español.
—Hola, que tal. ¿Cómo te llamas? —empezó a coquetear con el
mi amiga.
El tío no le hizo ni caso, se acercó a mí y preguntó:
—¿Para quién trabajas monada?
—¿Y eso?
—¿Tienes protección?
—Si, preservativos.
—Jaja, que graciosa.
En este instante se acercaron todos sus compañeros. Sonreían
con las bocas bien abiertas. Entre los cuatro tenían unos cinco dientes en
total. Yo alejaba la nariz
disimuladamente hacia la barra que apestaba a cerveza, lo cual me parecía oler mucho
mejor que esos cuatro.
—¿Tienes novio? –preguntó el más joven de ellos.
—Si, claro.
—Pero seguro que no es como nosotros. ¿Qué es un viejo
español o algo así?
En ese instante entraron un par de policías urbanos al local.
El jefe, al que ya conocía, me sonrió. Levanté la mano exageradamente para
saludarle, casi salté de la silla para que me viera.
—Ese es mi novio – comenté a los cuatro feuchos.
Al ver el tamaño y la musculatura del policía los cuatro a
la vez empezaron a desvanecerse en la sombra del local y poco a poco, como el
flujo del petróleo del Prestige se fugaron por la puerta.
El policía se acerco.
—¿Que tal estáis chicas? – nos preguntó a mí y a mi amiga.
—Aquí aguantando la basura —contesté.
—Bien, hasta pronto entonces.
Y se fue con su compañero a tomar una copa. La amiga furiosa
me dijo:
—Tu capullo de poli nos espantó a los clientes.
Yo solo moví la cabeza pensando que tonta era la chica.
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