lunes, 22 de junio de 2015

PARADISE


Aburrida de la rutina diaria y harta de mis clientes habituales decidí cambiar de aires y visitar alguno de los clubs que no conocía. Elegí el Paradise como destino para mi próxima aventura.

     El club, famoso por su tamaño y ubicación, hacía tiempo que atraía mi atención. El único inconveniente que veía era el idioma. Situado en la Junquera era el sitio frecuentado por franceses, ya que en su país tenían muy difícil echar una cana al aire. Sin embargo pensé que quizás más de uno hablaría ingles o español y que al final nos entenderíamos.

     Llamé con antelación al club para reservar una plaza. Me dijeron que podía ir cuando quisiera, así que al día siguiente a eso de las cinco de la tarde me presente ahí. El monstruoso edificio guardaba en silencio los secretos de la vida nocturna. En la recepción acababan de iniciar el trabajo y las pocas chicas que estaban preparadas para empezar tomaban café en la entrada.

     Me explicaron las normas que yo ya conocía, me dieron la tarjeta para acceder a la habitación y mostraron el pasillo que llevaba hasta ella. Las habitaciones se encontraban en el sótano, mientras que la sala estaba en la planta baja. Me duché, me cambié rápidamente y subí a la sala.

     Era un espacio enorme con cinco barras separadas, detrás de las cuales había un ejército de camareros. Las luces de neón eran las únicas que iluminaban el ambiente, un enorme escenario donde una chica delgadísima bailaba estriptis atraía todas las miradas. Di una vuelta a la sala buscando mi primera víctima bajo las amenazadoras miradas de las otras chicas. Casi todas eran rumanas.

     No encontré ninguna rusa. El atmosfera era bastante hostil. Las chicas atacaban a los clientes con buena pinta antes de que yo pudiera acercarme a ellos, la mayoría de los hombres eran jóvenes de unos 20 añitos franceses de origen árabe. Los pocos maduros eran españoles de los pueblos de al lado y constantemente estaban asediados por las rumanas. Empecé a sentirme muy sola y aburrida hasta que se me acercó un hombre con traje y corbata de unos 50 años y empezó la típica conversación de bienvenida en un español girones.

     Me explicó los pequeños detalles del trabajo en ese club como buen conocedor que era por cliente habitual. Siendo yo la atractiva novedad al final decidió subir conmigo a la habitación. “Subir” realmente era “bajar”. Pasamos por los pasillos iluminados con las tiras de luces LED sin que me abandonara la sensación de hostilidad. “Un club tan enorme y con tanta fama y no hay ninguna rusa”, pensaba yo. “No durare aquí mucho, quizás tres o cuatro días”.

     Pasados tres días estaba camino de vuelta a mi casa desesperada por volver a ver mis clientes de siempre y seguir con mi rutina diaria.
 

2 comentarios:

  1. Creo que te recuerdo.

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  2. Pa que vas tan lejos?
    Si los de aqui somos los "nomber one".
    Somos nosotros los que hacemos kms para verte.
    Muchos kisses

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