Aburrida de la rutina diaria y harta de mis clientes habituales
decidí cambiar de aires y visitar alguno de los clubs que no conocía. Elegí el
Paradise como destino para mi próxima aventura.
El club, famoso por su
tamaño y ubicación, hacía tiempo que atraía mi atención. El único inconveniente
que veía era el idioma. Situado en la Junquera era el sitio frecuentado por
franceses, ya que en su país tenían muy difícil echar una cana al aire. Sin
embargo pensé que quizás más de uno hablaría ingles o español y que al final
nos entenderíamos.
Llamé con antelación al
club para reservar una plaza. Me dijeron que podía ir cuando quisiera, así que
al día siguiente a eso de las cinco de la tarde me presente ahí. El monstruoso
edificio guardaba en silencio los secretos de la vida nocturna. En la recepción
acababan de iniciar el trabajo y las pocas chicas que estaban preparadas para
empezar tomaban café en la entrada.
Me explicaron las normas
que yo ya conocía, me dieron la tarjeta para acceder a la habitación y
mostraron el pasillo que llevaba hasta ella. Las habitaciones se encontraban en
el sótano, mientras que la sala estaba en la planta baja. Me duché, me cambié
rápidamente y subí a la sala.
Era un espacio enorme
con cinco barras separadas, detrás de las cuales había un ejército de
camareros. Las luces de neón eran las únicas que iluminaban el ambiente, un
enorme escenario donde una chica delgadísima bailaba estriptis atraía todas las
miradas. Di una vuelta a la sala buscando mi primera víctima bajo las
amenazadoras miradas de las otras chicas. Casi todas eran rumanas.
No encontré ninguna
rusa. El atmosfera era bastante hostil. Las chicas atacaban a los clientes con
buena pinta antes de que yo pudiera acercarme a ellos, la mayoría de los
hombres eran jóvenes de unos 20 añitos franceses de origen árabe. Los pocos
maduros eran españoles de los pueblos de al lado y constantemente estaban
asediados por las rumanas. Empecé a sentirme muy sola y aburrida hasta que se
me acercó un hombre con traje y corbata de unos 50 años y empezó la típica
conversación de bienvenida en un español girones.
Me explicó los pequeños
detalles del trabajo en ese club como buen conocedor que era por cliente
habitual. Siendo yo la atractiva novedad al final decidió subir conmigo a la
habitación. “Subir” realmente era “bajar”. Pasamos por los pasillos iluminados
con las tiras de luces LED sin que me abandonara la sensación de hostilidad.
“Un club tan enorme y con tanta fama y no hay ninguna rusa”, pensaba yo. “No
durare aquí mucho, quizás tres o cuatro días”.
Pasados tres días estaba
camino de vuelta a mi casa desesperada por volver a ver mis clientes de
siempre y seguir con mi rutina diaria.
Creo que te recuerdo.
ResponderEliminarPa que vas tan lejos?
ResponderEliminarSi los de aqui somos los "nomber one".
Somos nosotros los que hacemos kms para verte.
Muchos kisses