miércoles, 15 de julio de 2015

LA SIRENA Y LOS DELFINES


—Mama, vas a ser Tutankhamon —dijo mi niña enterrándome en la arena.
—Prefiero ser Cleopatra o algo así.
—No, mejor un pez.
—En todo caso una sirena, ¿no?
—Vale —aceptó la niña la propuesta.
Cerré los ojos y poco a poco me hundí en una suave duermevela recordando otra playa en otro mar y otro país.

En la playa completamente desierta y salvaje, mas o menos una hora antes de salir el sol solía levantarme para saludar a mis amigos. Completamente desnuda entraba en el agua todavía oscura que guardaba los misterios del Mar Negro y la adrenalina me subía al máximo por el miedo a lo desconocido. Poco a poco arrastrando los pies por el fondo iba hacia un sitio exacto a unos diez metros de la orilla y allí me quedaba quieta y silenciosa esperando y mirando con impaciencia la línea del horizonte que desaparecía en el agua. Pocos minutos más tarde aparecían cuatro familiares figuras nadando rápidas y en formación de rombo hacia mí. Cualquiera que estuviese allí pensaría que fueran tiburones. Pero yo sabía que no lo eran.

—Mama no me sale la sirena —interrumpió la niña mi sueño-recuerdo.
—Pues haz un delfín –le contesté para que me dejase en paz.

Al acercarse a unos cuantos metros reducían bruscamente la velocidad y empezaban a dar vueltas a mi alrededor, de vez en cuando sacando las cabezas del agua para mirarme y asegurarse de que era yo. Los círculos cada vez se hacían mas pequeños, se acercaban mas y mas hacia mi con natural timidez pero sin retroceder. Yo seguía inmóvil dejando a los animales decidir el momento del contacto.
Al final el mas pequeño se acercaba a mi pierna y la tocaba con su morro. Esa era la señal para moverse. A partir de ese momento yo empezaba a acariciar sus preciosos y deslizantes cuerpos. Ellos me empujaban hacia la profundidad, yo les seguía nadando y jugando con ellos.

—Mama mira mira he hecho al delfín —dijo la pesada de la niña.
Abrí los ojos y vi las dos aletas azules del Decathlon clavadas encima de mi barriga en la montaña de arena que había hecho la niña.
—¿Y porque tengo esas aletas en la barriga?
—Eso no es barriga, es la espalda.
Detrás de las aletas se veía la cola del delfín dibujada en la arena.
—¿Entonces porque tengo la cara en la espalda? ¿Que soy cara-nuca?
—Ay, ahora lo arreglo.
Volví a cerrar los ojos y volvieron los recuerdos.

En cuanto el sol salía de su escondite los delfines paraban de jugar y se alejaban lentamente hacia el mar. Yo ya no los seguía, sabía que se iban. Yo volvía a la orilla y me despedía de ellos con suave movimiento de mi mano. Ellos hacían los últimos cuatro saltos en el aire, formaban el rombo y se iban hacia el mar abierto con la misma velocidad con la que habían venido.

Me fui contenta hacia mi coche donde me esperaba mi compañero igual de desnudo que yo.
—Algún día te comerán estas bestias. ¿Cómo es que no les tienes miedo?
—Solo quieren jugar. Son preciosos, ¿verdad?
—¿Cómo es que se te acercan tanto y a mí nunca?
—Porque de pequeña salvé a uno de ellos y ahora me lo agradecen.
—Anda ya, eso es mentira, esos son otros delfines y además no tienen esos sentimientos ni nada de eso.
—Es posible, pero conmigo juegan y de ti huyen.
Me empujo a la arena sonriendo y empezamos la habitual pelea de dos jóvenes locos en la salvaje playa del mar negro. Revolcándonos en la arena nos empujábamos, nos abrazábamos y volvíamos a empujarnos, de vez en cuando dando un codazo y una patada. Nos reíamos, corríamos uno tras otro tirándonos agua y arena hasta que los empujones se convirtieron en caricias y las patadas en besos.

—Mama, mama mira, ya lo he arreglado.
Abrí los ojos. Ahora la cola del “delfín” rodeaba mi cabeza, en cambio la cabeza estaba en mis pies, las dos aletas seguían clavadas en el mismo sitio.
—Sigo teniendo la cara en la espalda, pero ahora parece que es peor todavía, la tengo en el culo.
—Jaja, eres el delfín cara-culo —empezó a reírse niña. Anda, sal de ahí, ahora me toca a mí ser enterrada. Yo quiero ser Tutankhamon.

sábado, 4 de julio de 2015

LA PICHA PERFECTA (Parte II)


Después de la poco agradable visita al mayor de los sex-shops decidí comprar el arnés por internet. Después de dos días de búsqueda en diferentes páginas por fin encontré lo que buscaba. Un arnés negro con varios aros de diferentes diámetros para poder aprovecharlo con diferentes tamaños de dildos.
—Pasa, pasa, mira, por fin lo tengo aquí en la página —dije yo a Niuf Niuf que acababa de entrar al piso.
—Jo tía, todavía con tu picha?
—Pues claro, necesito mi picha, que nunca he tenido una, pobrecita yo.
—¿Pero tienes clientes para eso?
—¡Pues claro, cualquiera estará encantado!
—¡Yo no!
—Anda que mente tan cerrada.
—Ya ya. ¿Qué es eso? Eso no tiene picha, solo cuerdas de escalar o algo así.
—Si, aquí en el agujerito se mete la pichurrita.
—Buah, cada cosa que inventan. ¿Entonces que, te compro ese chisme?
—Si, si, si, también las cuerdas por si acaso.
—Jo. ¿Y eso para qué?
—Para atarte cariño cuando estés en el rinconcito.
—Y dale con el rinconcito.
En pocos minutos teníamos encargado el arnés.
—¡Por fin, tendré la picha de mis sueños!
—Pero que ilu te hace, tía!
En 24 horas recibí la caja misteriosa con el contenido valioso. Poco a poco la abrí impaciente por ver mi nuevo juguete, pero temiendo que no me gustara.
Saqué la bolsa, la abrí y eche el primer vistazo al juguete. Ese fue el momento del amor a primera vista. Eran perfectos: el arnés y la picha. Me los coloque en el sitio que les correspondía y me vi “un hombre nuevo”.
Sonó el teléfono.
—¿Estas libre? —preguntó uno de los clientes habituales
—Siiiii, y tengo una cosita para ti.
—¿En serio, que es?
—Ah, es una sorpresa —contesté yo con la sonrisa diabólica en la cara.
Mi primera víctima estaba a punto de caer en mis garras.

Al entrar no se dio cuenta de lo que le esperaba. Como siempre sonriente y contento pasó a la habitación, se sentó en la cama y me pregunto:
—¿Y la sorpresa?
Me quite la ligera bata que llevaba encima y le mostré la picha de mis sueños entre mis piernas.
La mandíbula del hombre se cayó al suelo con espantoso ruido de “Gr, gra, jro”
—¿Qué pasa, no te gusta? —pregunte yo poniendo cara de niña enfadada.
—Jo tía, ¿Qué es eso? ¡Qué horror! ¡Qué grande! ¿Y eso, que es eso? ¿Jo, eso es para mí? No sé yo si quiero eso —no paraba de hablar y quejarse el cliente.
—Claro cariño, es para ti —seguía yo con la carita de niña inocente aguantando la risa y llorando del dolor en los pómulos de las contracciones que aquello me daba.
...
Pasados 10 minutos estaba yo penetrando a mi cliente por detrás, lo cual le encantaba. Sin embargo, a mi no me gustaba tanto como yo creía. La sensación de penetrar en vez de ser penetrada era extraña y quizás excitante, sin embargo era horriblemente incomodo y además me tenía que mover mucho. Yo que estoy acostumbrada a estar tumbadita mientras el cliente trabaja, apenas podía aguantar el ritmo que llevaba mi cliente por la pasión que le estaba arrastrando. 

Al día siguiente me dolían las piernas. “Pues que rollo, ahora tendré que trabajar y mira que me hacía ilusión tener mi picha perfecta”.

jueves, 2 de julio de 2015

LA PICHA PERFECTA (Parte I)

Hace tiempo que quería tener una picha, pero no una picha cualquiera, sino una perfecta.
—Me han dicho que han abierto un supermercado sex-shop, quiero que me lleves ahí ahora —le dije a Niuf Niuf un día.
—Vale —contesto él con su habitual obediencia.
Pasada media hora estábamos ante un enorme local con ventanas negras completamente opacas. En la entrada un letrero prohibía la entrada a menores de 18 años.
—Bueno aquí estamos, a ver que hay.
Nada más entrar nos sumergimos en un mundo de chismes variopintos para placeres sexuales: dildos, consoladores, vibradores, cremas, aceites, preservativos, bolas chinas, succionadores, muñecas inflables y yo que se mas. Pasando de estantería a estantería mirábamos cada chisme para intentar averiguar que era exactamente y como se utilizaba. Enseguida nos atacó uno de los dependientes y empezó a marearnos con la información sobre no se qué nuevo chisme súper guachi que en realidad no nos interesaba en absoluto. En cuanto pudimos deshacernos de él seguimos con nuestra tranquila visita, llegamos a la sala de BDM y ahí nos paramos observando látigos, mascaras, esposas, cuerdas y ropa de látex.
—¡Ay!, yo quiero uno de esos —dije yo señalando el látigo más largo, negro y gordo y con pinchos insertados en el cuero.
—¡Por favor! ¡Qué miedo! —me contestó Niuf Niuf con ojazos de susto y risa.
—Ese lo voy a utilizar contigo. Cuando te portes mal te mandaré al rinconcito con el culo al aire y un lacito en el cuello y te pegaré con eso de vez en cuando.
—Oye no te pases, eso a mí no me va.
—Eso mola mogollón, tú no entiendes nada en las ovejas.
—Yo entiendo de mierdas, las ovejas las dejo para ti.
—Vale.
Seguimos en la  búsqueda de la picha y no lográbamos encontrar la adecuada.
—¿Pero tú, como la quieres exactamente? —me preguntó Niuf Niuf después de media hora de vueltas por el local.
—Pues no sé, la quiero perfecta.
—Vale. ¿Y cómo es?
—Pues no sé, natural supongo, un poco grande, pero no mucho, bueno más bien normal, y no muy fina, ni tampoco gorda.
—Ya. ¿Como la mía?
—Bueno, más bien una de plástico o algo así.
En ese instante el dependiente viendo nuestra indecisión volvió con otro chisme en la mano.
—Tócalo, tócalo, mira que suave y que color tan bonito tiene y mira como vibra —decía el tío mientras nosotros nos mirábamos uno al otro desesperados por deshacernos de él.
—Estamos buscando un arnés.
—Ah, si, por aquí por favor. ¿Para quien es, para Usted? —le preguntó a Niuf Niuf.
El pobre Niuf Niuf no sabía cómo esconder su vergüenza y contestó rápidamente:
—No, no, yo no, yo no, es para ella.
—Entonces Ustedes deberían de probar este que es perfecto para el ano masculino —contestó el dependiente acercándonos una caja con el arnés rosa dentro—y tiene varias velocidades y además se mueve así – siguió el sacando el arnés de la caja y jugando con el.
—¿Cuánto vale esto? —pregunte yo más preocupada por el precio que por los movimientos del pene.
—129 euros – contestó descaradamente el dependiente.
“Me cago en la leche, quien puede permitirse un chisme así con ese precio” pensé yo y conteste:
—Ah, gracias. ¿Algún otro, de color natural?
—Si, por aquí hay más…
El dependiente nos enseñó toda la gama de arneses con penes y sin ellos y ninguno se adaptaba a mi gusto, sobre todo por el precio.
Pasada una hora salimos del local sin haber adquirido nada, pero habiendo tocado y visto toda clase de pichas y chismes que uno puede imaginar.
Al salir al aire libre por fin pude decir todo lo que estaba pensando de aquella tienda y su contenido, incluido el dependiente.
—Esta es la primera y la última vez que venimos aquí —concluí yo después de haber vomitado toda clase de insultos sobre la tienda.
Niuf Niuf aun con los pómulos sonrojados solo contesto:
—Tampoco deberíamos haber ido esta vez.
—Tu tranqui, la picha la compramos por internet
—Si eres tú la que la necesita.
—Sí, pero tú la vas a comprar.
—Jo. ¡Siempre me toca la parte de pagar, coño!


miércoles, 1 de julio de 2015

SIR BEECELOT


En el asiento trasero de la moto a 120 por hora iba yo hacia un pueblo desconocido a un evento extraño. Con un nudo en la garganta y los dedos de las manos clavados en los riñones de mi chofer pensaba yo si había sido una buena idea aceptar ese trabajo.
           El cliente se llamaba Harley por el nombre de la moto, claro. Hace tiempo que lo conocía y me propuso un viaje. Como su oferta era bastante atractiva obviamente la acepté. Lo que no me podía imaginar es que el viaje seria en moto, de noche y hacia un sitio sorpresa. Solo esperaba que el hotel fuera un hotel y no una tienda de campaña en medio de la nada.
          Después de unos 40 minutos de velocidad, viento y nervios entramos en Altafulla. El Harley buscaba un polígono industrial en concreto y preguntaba a la gente el camino. Al final llegamos allí. Desde lejos se podía oír música, luces y el ruido de los motores. “¡Oh, no!”, pensé yo, “¡Una fiesta de moteros!”.
Obviamente lo era. Un montón de gente con sus motos ocupaba un enorme descampado en la zona industrial. Un grupo de músicos en un escenario pequeño cantaba country. Vestidos con los típicos pañuelos, sombreros y botas de los cowboys unos veinte motoristas bailaban a ritmo de esa música.
“¿Qué es eso? ¡Qué espanto!”, pensaba yo mientras aparcábamos la moto. Por fin habíamos parado y yo me centré en intentar colocar mis glúteos en el sitio que les correspondía y en la forma lo mas redonda posible. Me quité el casco y en ese mismo instante un fuerte empujonazo casi me hizo caer al asfalto. Me di la vuelta y vi a un enorme gorila, calvo, con brazos tres veces más gordos que toda yo y completamente cubiertos por tatuajes de calaveras y cruces. Llevaba la chaqueta de cuero sin mangas desabrochada por debajo de la cual se veía el torso también lleno de la misma clase de imágenes.
—Ay perdona, me he equivocado, creía que eras otra persona —dijo el monstruo enseguida disculpándose. Intentó construir una sonrisa pero solo le salió una horrible mueca, la cual hizo su cara más siniestra todavía.
—Harley, ¿quién es esa chica? La he confundido con Lolita, jaja —gritó el gorila a mi cliente.
“Por favor, no me digas que son amigos”. El Harley por muy motorista que fuera, era una cosita diminuta y muy delgadita, no tenía ni un solo tatuaje en el cuerpo y trabajaba de contable en una oficina de Cornella. Lo único que podría hacerte sospechar de su vida fuera de lo normal era el pequeño pendiente que llevaba en la oreja cuando venía a verme. Además era tan cariñoso en la cama que no podía imaginarlo en compañía de ese Godzilla ni en sueños.
—Es Alicia, una amiga rusa, ten cuidado con ella que tiene muy mala leche y dientes afilados —comentó el Harley, lo cual le agradecí con la mirada.
—Ah, ya, venga vamos pa ya, que os estáis perdiendo lo mejor —nos llamo el gigante a unirse con el resto de la gente.
Vestida de cuero con el casco en la mano y la chaqueta en la otra me arrastraba hacia la muchedumbre sudada y borracha con la “enorme” ilusión. El Harley en compañía de Garry (el gorila) fue a saludar a todos sus amigos por el recinto dejándome con la botella de cerveza entre un montón de motos.
Aburrida y sin saber que hacer empecé a chafardear. Las motos la verdad eran preciosas. Todas eran grandes, negras, algunas tenían dibujos muy elaborados, otras eran más sencillas, pero con clase. Me llamó atención una moto que estaba un poco apartada. Tenía algo en la parte trasera, algo sentado y con orejas. Me acerqué y vi un pobrecito osito de peluche atado al asiento. El osito tenía pinta de tener como 40 años, haber pasado por toda clase de aventuras con su dueño e incluso a lo mejor haber sobrevivido varios accidentes. Me senté al lado suyo y desde ahí fui observando a la gente.
Las que más me sorprendían eran las mujeres motoristas. La mayoría de ellas eran muy bastas y se comportaban como marimachos. Muchas de ellas ya habían pasado los 50, sin embargo seguían llevando la vida de alcohol, droga y rock-n-roll.
Al acabar mi botella me despedí del osito pensando que este tendría muchas historias para contarme y fui a buscar a mi Harley. Le encontré en compañía del mismo gorila Garry, el cual estaba contando una historia.
—Ya ves, el pobre Sir Beecelot, lo que sufrió. Le lleve yo mismo al hospital para que le pongan otra vez la pierna en su sitio.
El Harley se estaba partiendo de risa lo cual yo no entendía en absoluto. Si se lleva a alguien con ese extraño nombre a un hospital no es que sea muy divertido.
—El Garry nos está contando la historia de su última caída de moto —dijo Harley sonriendo. —Cuéntaselo otra vez para que Alicia se entere.
El Garry no se hizo suplicar.
—Pues eso, iba yo por la nacional y entonces un camión se sale del carril y directamente hacia mí. Yo intento esquivarlo y se me cae la moto y doy un montón de vueltas por la arena, pero el pobre Sir Beecelot que iba en asiento de atrás se quedo allí y paso justo por debajo del camión. Así que acabó en hospital medio muerto.
—¡Qué horror y que peligro! ¿Y ahora como esta? —me preocupé por alguien completamente desconocido.
—Ahora está bien, si quieres te lo presento.
—Ah, ok —dije yo sin ningún entusiasmo.
Nos fuimos los tres en búsqueda del tal Sir y empezamos a dar las vueltas entre las motos y la gente.
—Tiene que estar por aquí. Ahora lo encontramos  —decía el Garry.
Yo simplemente le seguía callada y con otra botella de cerveza en la mano.
—Ah, aquí esta —por fin dijo el Garry y señaló a la moto donde estaba sentado mi amigo osito.
—Sir Beecelot le presento a Alicia, que es rusa y tiene dientes, así que cuidado —dijo al Garry al osito.
Yo me quede boquiabierta. “¿En serio? ¿Sir Beecelot? No me lo podía creer. El Garry, ese monstruo con pinta de sicario tenia de compañero de viaje a un osito de peluche llamado Sir Beecelot.
Garry cogió a su peluche, lo abrazo con sus enormes manos y empezó a darle besitos y acariciarle. Harley se reía y yo no sabía dónde meter mi cara para no explotar de la risa delante de ese hombre tan horrible y tan cariñoso con su osito.
Pasadas las tres de la noche por fin llegamos al hotel, que era de tres estrellas y tenía una cama muy cómoda. Yo estaba deshecha y después de ducharme me tumbe en la cama y deje que el Harley hiciese todo el trabajo. Mientras tanto medio dormida soñaba con las aventuras del Sir Beecelot y su particular Godzilla.