viernes, 19 de junio de 2015

EL MIEDO

Me vi de repente ante un club de aspecto viejo y dejado. Algunas de las letras del letrero ya no tenían luces, otras estaban medio descolgadas. Las paredes grises y sucias con ventanas pequeñitas y oscuras no invitaban a entrar. A pesar de ser ya de noche apenas había coches en el aparcamiento, aunque, quizás, hubo alguno detrás del edificio. Detrás de las rejas que rodeaban el edificio se adivinaba un en su época bonito jardín, ahora abandonado y lleno de malas hierbas. Enormes pinos tapaban la parte trasera del edificio aumentando la sensación de incertidumbre y decrepitud del lugar. Dos enormes gárgolas con sus bocas abiertas me miraban desde el techo, avisándome del peligro que me esperaba en el interior.
En la sala oscura apoyados en la barra varios hombres tomaban sus bebidas y hablaban entre ellos. Di la vuelta por toda la sala y descubrí escaleras que llevaban al otro espacio. Las seguí y aparecí en otra sala aun más oscura que la primera. Apenas pude distinguir varias figuras pegadas a la barra y otras sentadas en los sillones. Un par de chicas en faldas cortas hablan con un hombre, el camarero servía copas a un grupo de jóvenes. Todo parecía muy normal.

Detecté la mirada de un hombre de unos 40 años. Bajito y delgadito se acercó indeciso y me preguntó por el servicio. Hicimos el trato y fuimos a la habitación. Como no sabía a dónde ir pregunté en la recepción. Una señora mayor y con cara de bruja me indicó la puerta abierta hacia una pasillo oscuro. Entré en el pasillo seguida por el hombrecillo. La luz se hacía cada vez más escasa, detecté un movimiento a mi derecha y vi a la luz de una vela un hueco en la pared que hacia un arco. Me acerqué y en la luz LED roja del suelo vi a un hombre penetrando a una chica en un banco pegado a la pared. Me alejé murmurando algo como “¿No deberían de hacerlo en una habitación?”.
Pasados unos metros vi a la izquierda otro hueco. Allí una mujer alta y esbelta vestida de látex con botas altas pegaba a un hombre atado a la pared con un látigo. Seguí mi camino, pensando que es un sitio muy raro y tenebroso. Mi hombrecillo me siguió con la misma cara de flipe que yo. Fuimos pasando de unas imágenes a otras: lesbianas haciendo el amor, mujeres penetrando hombres con arnés, una enfermera metiendo algo enorme al ano de un hombre, una mujer colgada en las redes poseída por varios hombres. Con cada paso que hacía en la oscuridad la extraña sensación de que algo malvado me rodeaba se hacía más y más agobiante. De repente apareció un grupo de jóvenes completamente desnudos con mascaras venecianas en las caras. Saltando y riéndose nos adelantaron y desaparecieron en la oscuridad de uno de los pasillos.
—No estoy segura de que vamos bien —le dije a mi acompañante— me parece que estamos dando vueltas. Esa mujer de ahí, creo que ya la hemos visto antes, ¿no?—. Me di la vuelta y… mi acompañante no estaba. El pánico se adueñó de mí penetrándose en los rincones más escondidos de mi cuerpo, en cada musculo, en cada hueso. “Estoy sola en un pasillo sombrío de un sitio siniestro y no sé ni donde está la salida”, pensé mientras intentaba calcular cuánto tiempo habíamos estado andando. “No puede ser que el edificio sea tan largo. Aquí no hay ventanas, ni luz, estoy bajo tierra”.
Me di la vuelta intentando recordar la secuencia de las imágenes que había visto por el camino para volver atrás, pero los nervios no me dejaban pensar.
Empecé a correr tan rápido como podía con mis tacones altos. Me paré y quité los tacones, noté como el frio del suelo se apoderaba de mis pies. Aceleré, como un fantasma de un antiguo castillo vestida con la túnica blanca y ligera volaba por los pasillos en búsqueda de la salida. Y por fin: la luz. Ahí estaba la salvación. Era tan intensa que después de tanto rato en la oscuridad apenas podía distinguir su fuente. Me acerque con temor y respeto. Era la luz de una lámpara normal y corriente en una habitación completamente normal. Entré, miré hacia atrás. Por el hueco en la pared se podía ver el pasillo oscuro con las paredes de piedras.
Abrí la puerta de la habitación, no me importaba a donde me lleve siempre y cuando no sea al mismo pasillo diabólico. Era la puerta hacia el exterior. Salí con un salto al frescor de la noche y cerré la puerta. “Por fin fuera”. Las viejas Gárgolas clavaban sus peligrosas miradas en mí y sus bocas parecían decirme “vuelve, vuelve…”
“Ah, mis cosas, están ahí dentro, ¿qué hago?”, pensé. Y en este instante algo asqueroso empezó a subir por mi pierna apretándola con fuerza. Miré hacia abajo y vi a un enorme pitón moviéndose por mi pierna. Todos mis músculos se contrajeron........
De repente el pitón empezó a lamerme la pierna con su partida en dos larga lengua. “Eso no me lo creo”, pensé yo y... me desperté. Mi perro lamia mi pierna intentando llamar mi atención para que lo sacase a pasear. La luz del sol recién levantado entraba por la ventana…
 
 

 

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