En
la fábrica, nunca me acercaba a los
clientes en un primer momento, sino que los buscaba con los ojos captando las
miradas. Una vez encontrada la victima
empezaba a analizarla para más
tarde y si me parecía que podría funcionar empezaba el juego con una estrategia
muy bien pensada y elaborada.
En
ningún momento me acercaba a la víctima, simplemente la iba mirando a la vez
que escapaba de su vista con el propósito de
ver si me seguía, y si era así, al perseguirme no se daba cuenta de que
antes o después nos cruzaríamos pasando
muy cerca uno del otro y ahí es donde al casi tocarnos, les sonreía
siguiendo mi camino. Habitualmente en este instante el hecho de comprender que podían
perder el producto elegido
intentaban coger mi mano y entonces yo ponía el interruptor de la
simpatía al máximo y el asunto acababa en venta y con las condiciones que yo quería.
Los
más indecisos si dejaban escapar esa oportunidad y yo seguía mi camino
alejándome, se lo pensaban más y más
llegando al caso que si yo me iba con
otro arriba, al bajar ya me estaban
esperando impacientes en la
recepción arrepentidos por no haber
cerrado el trato antes.
A
veces pasadas 4 vueltas por fin se decidían
a acercarse con unas frases muy bien preparadas y con algún chiste que les
parecía súper gracioso. Hacían cualquier cosa para llamar la atención de su
majestad y conseguir caerme bien. Y eso que era yo la que vendía el producto.
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