- “Eres un cabrón” - grito casi
llorando, cogió el bolso, abrió la puerta y salió al pasillo dejando tras de sí
una sombra de furia con perfume y brillo.
Pero no se fue lejos. Al salir del
edificio delante del primer banco que encontró se sentó, encendió un
cigarrillo, aspiro el humo. Sus ideas saltaban de un lado a otro, sin
concretarse en nada, sin llegar a ninguna parte.
- “¿Qué hacer?, ¿a dónde ir?, ¿que
gano con esto y con lo otro?” .
Intentaba tranquilizarse y pensar
razonablemente. Sabía que encontraría la solución que solo necesitaba tiempo.
Levanto la mirada, delante suyo estaba aparcado el coche del Ayuntamiento, el
coche que él conducía cuando iba a trabajar.
-“Tengo las llaves?”- Pensó,
afirmando- “Si, las tengo, en el bolso”.- las encontró rebuscando.- ”Voy a dar
una vuelta.”- Se decidió.
Cogió el coche y arranco. Sabía a
donde iba. Allí en lo alto de la montaña donde se sentía libre, y con fuerzas
para poder hacer todo lo que quería y llegar a donde deseaba.
En 15 minutos llego a la cima. Como
siempre el anochecer era precioso. El sol enrojecía el apenas oscurecido azul
del cielo por el oeste, mientras que por el este el cielo ya estaba invadido
por el verde marino y el amarillo de la luna. El aire, ese aire por el que ella
cada vez venia a esta montaña, llenaba sus pulmones de vida y libertad.
La respuesta no tardo en llegar. Tenía
bastante claro a donde iba y lo que quería, solo faltaban los detalles.
- “Lo importante ya estaba hecho. Por
los detalles improvisare”- pensó.
La solución era razonable, lógica, pacifica, y como siempre muy
bien calculada. Por la mañana volvería a hablar con él y, entonces le ofrecería
una opción neutral o la menos perjudicial para los ambos. Así ganaría un mes de
tiempo, un tiempo precioso y necesario para prepararse y volver ahí donde
siempre estaba, adonde pertenecía - a su mundo de espectáculo, sexo, alcohol,
intrigas, mentiras, y envidias.
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