sábado, 29 de noviembre de 2014

RECOMENDACIONES

 
Estudiando en bachillerato medico descubrí lo que la locura del sexo puede provocar. Aprendí lo que no se debe hacer bajo ningún concepto, aunque hay cosas que ya por sentido común no se deberían hacer nunca. Pero a veces el amor y el sexo llevan a hacer cosas que mejor no sufrir.

     Y lo más increíble es que las cosas se repiten una y otra vez. En prácticas en hospital al menos una vez por semana atendíamos a algún idiota con la rosa en el pene. Me imagino la escena de la chica estirada en la cama, desnuda esperando a su amado. El llega, desnudo, con el pene erecto y con una rosa en el capullo. No entiendo como no le dolía, ni como se metían el tallo por el orificio. Y lo peor es que después no se lo podían sacar acabando en urgencias para diversión de los médicos y la mía.

     Aunque no sé que es peor, eso o que la chica hiciera lo mismo sin sacar todas las espinas del tallo, solo imaginarlo cierro las piernas y las aprieto como para evitar que nadie me introduzca nada.

     Otros venían con el pene metido en la botella de la famosa en aquel entonces bebida, llamada “Cheburashka”. Para esos teníamos el equipo de cortavidrios preparado.

     Con las chicas que trabajaban conmigo tenia largas charlas sobre la seguridad en el trabajo.

     —No podéis permitir que os metan cosas extrañas por los agujeros, solo juguetes eróticos adaptados. Hay un montón de tíos por ahí que están obsesionados con meter las botellas de champan por la vagina, así que tened cuidado. Si les gusta hacer experimentos con sus penes, allá ellos, pero no con vosotras. Nuestros cuerpos son nuestras herramientas de trabajo y son herramientas únicas, una vez estropeadas cuesta mucho arreglarlas.  

     En este oficio hay que tener muy claro que se puede y no puede hacer si quieres sobrevivir.




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