Estudiando en
bachillerato medico descubrí lo que la locura del sexo puede provocar. Aprendí
lo que no se debe hacer bajo ningún concepto, aunque hay cosas que ya por
sentido común no se deberían hacer nunca. Pero a veces el amor y el sexo llevan
a hacer cosas que mejor no sufrir.
Y lo más increíble es que las cosas se
repiten una y otra vez. En prácticas en hospital al menos una vez por semana
atendíamos a algún idiota con la rosa en el pene. Me imagino la escena de la
chica estirada en la cama, desnuda esperando a su amado. El llega, desnudo, con
el pene erecto y con una rosa en el capullo. No entiendo como no le dolía, ni
como se metían el tallo por el orificio. Y lo peor es que después no se lo
podían sacar acabando en urgencias para diversión de los médicos y la mía.
Aunque no sé que es peor, eso o que la
chica hiciera lo mismo sin sacar todas las espinas del tallo, solo imaginarlo
cierro las piernas y las aprieto como para evitar que nadie me introduzca nada.
Otros venían con el pene metido en la
botella de la famosa en aquel entonces bebida, llamada “Cheburashka”. Para esos
teníamos el equipo de cortavidrios preparado.
Con las chicas que trabajaban conmigo tenia
largas charlas sobre la seguridad en el trabajo.
—No podéis permitir que os metan cosas
extrañas por los agujeros, solo juguetes eróticos adaptados. Hay un montón de tíos
por ahí que están obsesionados con meter las botellas de champan por la vagina,
así que tened cuidado. Si les gusta hacer experimentos con sus penes, allá
ellos, pero no con vosotras. Nuestros cuerpos son nuestras herramientas de
trabajo y son herramientas únicas, una vez estropeadas cuesta mucho
arreglarlas.
En este oficio hay que tener muy claro que
se puede y no puede hacer si quieres sobrevivir.
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