miércoles, 19 de noviembre de 2014

DE NIÑA SOÑABA

De niña veía a las mujeres rusas mal vestidas, agobiadas, siempre tristes o enfadadas, trabajando y cuidando del borracho de sus maridos y de sus hijos. La perspectiva de convertirme en una de ellas no me atraía lo mas mínimo.
Yo soñaba con lejanas tierras, preciosos paisajes, el mar y los barcos de velas rojas y claro, con un príncipe azul o un noble caballero montando un caballo blanco o mas bien un caballo árabe negro y que me llevase a su palacio para convertirme en su reina.
Poco a poco fui descubriendo que de esos príncipes o caballeros hay pocos y que para mi no quedaba ninguno, sin embargo el mar existía y las tierras lejanas también.
Pero lo mas importante fue descubrir que una mujer incluso vieja (en aquel tiempo una mujer de 30 para mi ya era una vieja) podía ser brillante, sonriente y muy guapa, sin llevar la amargura en la frente ni tener que gritar como loca a su marido.
Un día fui con mi familia a Volgogrado y en las escaleras del teatro las vi: bien maquilladas, con vestidos preciosos de salón. llenas de glamour y gracia y sonriendo a cada hombre que las miraba. Los gestos de sus manos me encantaban como las voces de las sirenas y yo con la boca abierta estiraba la mano de mi madre para acercarme a ellas.
Le pregunte que quienes eran y me contesto con un tono de desprecio: "Son mujeres fáciles". En aquel entonces no entendí exactamente que significaba eso, pero si decidí que a pesar de que a mi madre no le caían muy bien yo quería ser como ellas: brillante y fabulosa, bien cuidada y contenta. Ahí en una lejana ciudad rusa a los 8 añitos de edad empezó mi educación como futura escort.



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