martes, 18 de noviembre de 2014

LA FABRICA



Habíamos ido a ver el mar acercándonos a la orilla. La playa estaba sin gente, las olas del mar rompían suavemente el silencio y yo miraba al horizonte callada y pensativa, casi olvidándome de mi acompañante.
Ya en el coche cuando nos íbamos empecé a hablar de “La fabrica”, a explicarle a él y con todo lujo de detalles lo que había sido aquel lugar. Mi acompañante aseguro no haber visitado el club nunca antes, así que disfrute sorprendiéndole con mis explicaciones.
- Realmente fue una gran putada el hecho de que cerrasen Riviera.- Dije en voz alta. - Era un verdadero paraíso tanto para chicas como para los hombres y yo pude disfrutar de el durante unos años.- Supongo que mi voz sonó triste. Yo había perdido un lugar donde me ganaba la vida, un lugar con claro oscuros pero la existencia del cual me aseguraba el puesto de trabajo. Y ahora ya no esta, bueno, estar esta pero cerrado.
- Allí cabían unas 300 o 400 personas. Era igual que presenciar un espectáculo y al mismo tiempo formar parte de el. Las chicas muy diferentes entre ellas, unas muy elegantes, otras vestidas con muy mal gusto y algunas con apenas ropa. Sorprendía la variedad de los clientes, desde el habitual abuelete del pueblo de al lado a los ingleses borrachos celebrando una despedida de soltero. Le fui explicando como era ese mundo.
- Las chicas vivíamos en habitaciones de dos, aunque algunas vivían fuera y venían solo a trabajar. A las cinco de la tarde bajábamos al salón y estábamos ahí dando vueltas, subiendo, bajando, matando el tiempo hasta las cinco de la mañana.
Para muchos y muchas Riviera representaba una fiesta constante de sexo, alcohol, música y diversión. Yo intentaba ganar el máximo dinero posible pero sin olvidar  divertirme. 
Le explique como evitaba aquellos que iban pasados de coca o bebidos y como hacia  una selección de  hombres un poco mayores y en principio no problemáticos. 
- Los de primera hora de la tarde eran los mejores, salían de trabajar y antes de irse a sus casas un polvo no les venía mal, eran tranquilos y rápidos. Después de la cena el paisaje  cambiaba y el cliente ya no venia a un polvo rápido sino a fiesta larga. Mas o menos pasadas las dos ya estaba  en marcha la cadena  a alta velocidad y por eso al Riviera se le llamaba la fabrica. Bajábamos con uno y en la puerta ya nos esperaba otro que  cogiéndote  la mano y sin preguntar siquiera el nombre o el precio te pedía volver a subir. Tocadas las cinco con las luces medio apagadas todavía quedaban pajarracos tardíos y borrachos que habían pasado toda la noche para escoger una chica y que al final subían con cualquiera que les aceptaba. 
Y por fin el descanso, recuento de dinero, las charlas con amigas, la leche de la mañana, la ducha y a desaparecer en los brazos del Morfeo hasta las 8 de la mañana porque a las 10 tocaba clase de castellano...




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