Por fin el libro esta publicado!!!
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Atencion: yo no vendo libros, pero estare encantada de firmarlos. Solo teneis que llamar o mandar un WhatsApp al tel.662 010 590.
Leer es un placer y lo es mas todavia cuando lees sobre los placeres!!!
UN CUENTO SIN FINAL NI PRINCIPIO
Soy Alicia una chica escort, sígueme en mis aventuras en la cama y también fuera de ella. Conmigo descubrirás el sexo y el amor, la farsa y la realidad, la riqueza y la miseria. Sígueme allá donde vaya y puede que descubras la salsa de la vida. Visitaras los clubs de España y en su interior conocerás el mundo de la prostitución. Deja volar tu imaginación y vivirás momentos excepcionales, conocerás gente especial y como poco lo pasaras muy bien riéndote conmigo.
sábado, 12 de septiembre de 2015
miércoles, 15 de julio de 2015
LA SIRENA Y LOS DELFINES
—Mama, vas a ser Tutankhamon —dijo mi niña
enterrándome en la arena.
—Prefiero ser Cleopatra o algo así.—No, mejor un pez.
—En todo caso una sirena, ¿no?
—Vale —aceptó la niña la propuesta.
Cerré los ojos y poco a poco me hundí en una suave duermevela recordando otra playa en otro mar y otro país.
En la playa
completamente desierta y salvaje, mas o menos una hora antes de salir el sol
solía levantarme para saludar a mis amigos. Completamente desnuda entraba en el
agua todavía oscura que guardaba los misterios del Mar Negro y la adrenalina me
subía al máximo por el miedo a lo desconocido. Poco a poco arrastrando los pies
por el fondo iba hacia un sitio exacto a unos diez metros de la orilla y allí
me quedaba quieta y silenciosa esperando y mirando con impaciencia la línea del
horizonte que desaparecía en el agua. Pocos minutos más tarde aparecían cuatro
familiares figuras nadando rápidas y en formación de rombo hacia mí. Cualquiera
que estuviese allí pensaría que fueran tiburones. Pero yo sabía que no lo eran.
—Mama no me sale la sirena —interrumpió la niña
mi sueño-recuerdo.
—Pues haz un delfín –le contesté para que me
dejase en paz.Al acercarse a unos cuantos metros reducían bruscamente la velocidad y empezaban a dar vueltas a mi alrededor, de vez en cuando sacando las cabezas del agua para mirarme y asegurarse de que era yo. Los círculos cada vez se hacían mas pequeños, se acercaban mas y mas hacia mi con natural timidez pero sin retroceder. Yo seguía inmóvil dejando a los animales decidir el momento del contacto.
Al final el mas pequeño se acercaba a mi pierna y la tocaba con su morro. Esa era la señal para moverse. A partir de ese momento yo empezaba a acariciar sus preciosos y deslizantes cuerpos. Ellos me empujaban hacia la profundidad, yo les seguía nadando y jugando con ellos.
—Mama mira mira he hecho al delfín —dijo la
pesada de la niña.
Abrí los ojos y vi las dos aletas azules del
Decathlon clavadas encima de mi barriga en la montaña de arena que había hecho
la niña.—¿Y porque tengo esas aletas en la barriga?
—Eso no es barriga, es la espalda.
Detrás de las aletas se veía la cola del delfín dibujada en la arena.
—¿Entonces porque tengo la cara en la espalda? ¿Que soy cara-nuca?
—Ay, ahora lo arreglo.
Volví a cerrar los ojos y volvieron los recuerdos.
En cuanto el sol salía
de su escondite los delfines paraban de jugar y se alejaban lentamente hacia el
mar. Yo ya no los seguía, sabía que se iban. Yo volvía a la orilla y me
despedía de ellos con suave movimiento de mi mano. Ellos hacían los últimos
cuatro saltos en el aire, formaban el rombo y se iban hacia el mar abierto con
la misma velocidad con la que habían venido.
Me fui contenta hacia mi
coche donde me esperaba mi compañero igual de desnudo que yo.
—Algún día te comerán
estas bestias. ¿Cómo es que no les tienes miedo?—Solo quieren jugar. Son preciosos, ¿verdad?
—¿Cómo es que se te acercan tanto y a mí nunca?
—Porque de pequeña salvé a uno de ellos y ahora me lo agradecen.
—Anda ya, eso es mentira, esos son otros delfines y además no tienen esos sentimientos ni nada de eso.
—Es posible, pero conmigo juegan y de ti huyen.
Me empujo a la arena sonriendo y empezamos la habitual pelea de dos jóvenes locos en la salvaje playa del mar negro. Revolcándonos en la arena nos empujábamos, nos abrazábamos y volvíamos a empujarnos, de vez en cuando dando un codazo y una patada. Nos reíamos, corríamos uno tras otro tirándonos agua y arena hasta que los empujones se convirtieron en caricias y las patadas en besos.
—Mama, mama mira, ya lo he arreglado.
Abrí los ojos. Ahora la cola del “delfín”
rodeaba mi cabeza, en cambio la cabeza estaba en mis pies, las dos aletas
seguían clavadas en el mismo sitio.—Sigo teniendo la cara en la espalda, pero ahora parece que es peor todavía, la tengo en el culo.
—Jaja, eres el delfín cara-culo —empezó a reírse niña. Anda, sal de ahí, ahora me toca a mí ser enterrada. Yo quiero ser Tutankhamon.
sábado, 4 de julio de 2015
LA PICHA PERFECTA (Parte II)
Después de la poco agradable visita al mayor de los
sex-shops decidí comprar el arnés por internet. Después de dos días de búsqueda
en diferentes páginas por fin encontré lo que buscaba. Un arnés negro con
varios aros de diferentes diámetros para poder aprovecharlo con diferentes
tamaños de dildos.
—Pasa, pasa, mira, por fin lo tengo aquí en la página —dije
yo a Niuf Niuf que acababa de entrar al piso.—Jo tía, todavía con tu picha?
—Pues claro, necesito mi picha, que nunca he tenido una, pobrecita yo.
—¿Pero tienes clientes para eso?
—¡Pues claro, cualquiera estará encantado!
—¡Yo no!
—Anda que mente tan cerrada.
—Ya ya. ¿Qué es eso? Eso no tiene picha, solo cuerdas de escalar o algo así.
—Si, aquí en el agujerito se mete la pichurrita.
—Buah, cada cosa que inventan. ¿Entonces que, te compro ese chisme?
—Si, si, si, también las cuerdas por si acaso.
—Jo. ¿Y eso para qué?
—Para atarte cariño cuando estés en el rinconcito.
—Y dale con el rinconcito.
En pocos minutos teníamos encargado el arnés.
—¡Por fin, tendré la picha de mis sueños!
—Pero que ilu te hace, tía!
En 24 horas recibí la caja misteriosa con el contenido valioso. Poco a poco la abrí impaciente por ver mi nuevo juguete, pero temiendo que no me gustara.
Saqué la bolsa, la abrí y eche el primer vistazo al juguete. Ese fue el momento del amor a primera vista. Eran perfectos: el arnés y la picha. Me los coloque en el sitio que les correspondía y me vi “un hombre nuevo”.
Sonó el teléfono.
—¿Estas libre? —preguntó uno de los clientes habituales
—Siiiii, y tengo una cosita para ti.
—¿En serio, que es?
—Ah, es una sorpresa —contesté yo con la sonrisa diabólica en la cara.
Mi primera víctima estaba a punto de caer en mis garras.
…
Al entrar no se dio cuenta de lo que le esperaba. Como siempre sonriente y contento pasó a la habitación, se sentó en la cama y me pregunto:
—¿Y la sorpresa?
Me quite la ligera bata que llevaba encima y le mostré la picha de mis sueños entre mis piernas.
La mandíbula del hombre se cayó al suelo con espantoso ruido de “Gr, gra, jro”
—¿Qué pasa, no te gusta? —pregunte yo poniendo cara de niña enfadada.
—Jo tía, ¿Qué es eso? ¡Qué horror! ¡Qué grande! ¿Y eso, que es eso? ¿Jo, eso es para mí? No sé yo si quiero eso —no paraba de hablar y quejarse el cliente.
—Claro cariño, es para ti —seguía yo con la carita de niña inocente aguantando la risa y llorando del dolor en los pómulos de las contracciones que aquello me daba.
...
Pasados 10 minutos estaba yo penetrando a mi cliente por detrás, lo cual le encantaba. Sin embargo, a mi no me gustaba tanto como yo creía. La sensación de penetrar en vez de ser penetrada era extraña y quizás excitante, sin embargo era horriblemente incomodo y además me tenía que mover mucho. Yo que estoy acostumbrada a estar tumbadita mientras el cliente trabaja, apenas podía aguantar el ritmo que llevaba mi cliente por la pasión que le estaba arrastrando.
Al día siguiente me dolían las piernas. “Pues que rollo, ahora tendré que trabajar y mira que me hacía ilusión tener mi picha perfecta”.
jueves, 2 de julio de 2015
LA PICHA PERFECTA (Parte I)
Hace tiempo que quería tener una picha, pero no una picha
cualquiera, sino una perfecta.
—Me han dicho que han abierto un supermercado sex-shop, quiero que me lleves ahí ahora —le dije a Niuf Niuf un día.
—Vale —contesto él con su habitual obediencia.
Pasada media hora estábamos ante un enorme local con ventanas negras completamente opacas. En la entrada un letrero prohibía la entrada a menores de 18 años.
—Bueno aquí estamos, a ver que hay.
Nada más entrar nos sumergimos en un mundo de chismes variopintos para placeres sexuales: dildos, consoladores, vibradores, cremas, aceites, preservativos, bolas chinas, succionadores, muñecas inflables y yo que se mas. Pasando de estantería a estantería mirábamos cada chisme para intentar averiguar que era exactamente y como se utilizaba. Enseguida nos atacó uno de los dependientes y empezó a marearnos con la información sobre no se qué nuevo chisme súper guachi que en realidad no nos interesaba en absoluto. En cuanto pudimos deshacernos de él seguimos con nuestra tranquila visita, llegamos a la sala de BDM y ahí nos paramos observando látigos, mascaras, esposas, cuerdas y ropa de látex.
—¡Ay!, yo quiero uno de esos —dije yo señalando el látigo más largo, negro y gordo y con pinchos insertados en el cuero.
—¡Por favor! ¡Qué miedo! —me contestó Niuf Niuf con ojazos de susto y risa.
—Ese lo voy a utilizar contigo. Cuando te portes mal te mandaré al rinconcito con el culo al aire y un lacito en el cuello y te pegaré con eso de vez en cuando.
—Oye no te pases, eso a mí no me va.
—Eso mola mogollón, tú no entiendes nada en las ovejas.
—Yo entiendo de mierdas, las ovejas las dejo para ti.
—Vale.
Seguimos en la búsqueda de la picha y no lográbamos encontrar la adecuada.
—¿Pero tú, como la quieres exactamente? —me preguntó Niuf Niuf después de media hora de vueltas por el local.
—Pues no sé, la quiero perfecta.
—Vale. ¿Y cómo es?
—Pues no sé, natural supongo, un poco grande, pero no mucho, bueno más bien normal, y no muy fina, ni tampoco gorda.
—Ya. ¿Como la mía?
—Bueno, más bien una de plástico o algo así.
En ese instante el dependiente viendo nuestra indecisión volvió con otro chisme en la mano.
—Tócalo, tócalo, mira que suave y que color tan bonito tiene y mira como vibra —decía el tío mientras nosotros nos mirábamos uno al otro desesperados por deshacernos de él.
—Estamos buscando un arnés.
—Ah, si, por aquí por favor. ¿Para quien es, para Usted? —le preguntó a Niuf Niuf.
El pobre Niuf Niuf no sabía cómo esconder su vergüenza y contestó rápidamente:
—No, no, yo no, yo no, es para ella.
—Entonces Ustedes deberían de probar este que es perfecto para el ano masculino —contestó el dependiente acercándonos una caja con el arnés rosa dentro—y tiene varias velocidades y además se mueve así – siguió el sacando el arnés de la caja y jugando con el.
—¿Cuánto vale esto? —pregunte yo más preocupada por el precio que por los movimientos del pene.
—129 euros – contestó descaradamente el dependiente.
“Me cago en la leche, quien puede permitirse un chisme así con ese precio” pensé yo y conteste:
—Ah, gracias. ¿Algún otro, de color natural?
—Si, por aquí hay más…
El dependiente nos enseñó toda la gama de arneses con penes y sin ellos y ninguno se adaptaba a mi gusto, sobre todo por el precio.
Pasada una hora salimos del local sin haber adquirido nada, pero habiendo tocado y visto toda clase de pichas y chismes que uno puede imaginar.
Al salir al aire libre por fin pude decir todo lo que estaba pensando de aquella tienda y su contenido, incluido el dependiente.
—Esta es la primera y la última vez que venimos aquí —concluí yo después de haber vomitado toda clase de insultos sobre la tienda.
Niuf Niuf aun con los pómulos sonrojados solo contesto:
—Tampoco deberíamos haber ido esta vez.
—Tu tranqui, la picha la compramos por internet
—Si eres tú la que la necesita.
—Sí, pero tú la vas a comprar.
—Jo. ¡Siempre me toca la parte de pagar, coño!
—Me han dicho que han abierto un supermercado sex-shop, quiero que me lleves ahí ahora —le dije a Niuf Niuf un día.
—Vale —contesto él con su habitual obediencia.
Pasada media hora estábamos ante un enorme local con ventanas negras completamente opacas. En la entrada un letrero prohibía la entrada a menores de 18 años.
—Bueno aquí estamos, a ver que hay.
Nada más entrar nos sumergimos en un mundo de chismes variopintos para placeres sexuales: dildos, consoladores, vibradores, cremas, aceites, preservativos, bolas chinas, succionadores, muñecas inflables y yo que se mas. Pasando de estantería a estantería mirábamos cada chisme para intentar averiguar que era exactamente y como se utilizaba. Enseguida nos atacó uno de los dependientes y empezó a marearnos con la información sobre no se qué nuevo chisme súper guachi que en realidad no nos interesaba en absoluto. En cuanto pudimos deshacernos de él seguimos con nuestra tranquila visita, llegamos a la sala de BDM y ahí nos paramos observando látigos, mascaras, esposas, cuerdas y ropa de látex.
—¡Ay!, yo quiero uno de esos —dije yo señalando el látigo más largo, negro y gordo y con pinchos insertados en el cuero.
—¡Por favor! ¡Qué miedo! —me contestó Niuf Niuf con ojazos de susto y risa.
—Ese lo voy a utilizar contigo. Cuando te portes mal te mandaré al rinconcito con el culo al aire y un lacito en el cuello y te pegaré con eso de vez en cuando.
—Oye no te pases, eso a mí no me va.
—Eso mola mogollón, tú no entiendes nada en las ovejas.
—Yo entiendo de mierdas, las ovejas las dejo para ti.
—Vale.
Seguimos en la búsqueda de la picha y no lográbamos encontrar la adecuada.
—¿Pero tú, como la quieres exactamente? —me preguntó Niuf Niuf después de media hora de vueltas por el local.
—Pues no sé, la quiero perfecta.
—Vale. ¿Y cómo es?
—Pues no sé, natural supongo, un poco grande, pero no mucho, bueno más bien normal, y no muy fina, ni tampoco gorda.
—Ya. ¿Como la mía?
—Bueno, más bien una de plástico o algo así.
En ese instante el dependiente viendo nuestra indecisión volvió con otro chisme en la mano.
—Tócalo, tócalo, mira que suave y que color tan bonito tiene y mira como vibra —decía el tío mientras nosotros nos mirábamos uno al otro desesperados por deshacernos de él.
—Estamos buscando un arnés.
—Ah, si, por aquí por favor. ¿Para quien es, para Usted? —le preguntó a Niuf Niuf.
El pobre Niuf Niuf no sabía cómo esconder su vergüenza y contestó rápidamente:
—No, no, yo no, yo no, es para ella.
—Entonces Ustedes deberían de probar este que es perfecto para el ano masculino —contestó el dependiente acercándonos una caja con el arnés rosa dentro—y tiene varias velocidades y además se mueve así – siguió el sacando el arnés de la caja y jugando con el.
—¿Cuánto vale esto? —pregunte yo más preocupada por el precio que por los movimientos del pene.
—129 euros – contestó descaradamente el dependiente.
“Me cago en la leche, quien puede permitirse un chisme así con ese precio” pensé yo y conteste:
—Ah, gracias. ¿Algún otro, de color natural?
—Si, por aquí hay más…
El dependiente nos enseñó toda la gama de arneses con penes y sin ellos y ninguno se adaptaba a mi gusto, sobre todo por el precio.
Pasada una hora salimos del local sin haber adquirido nada, pero habiendo tocado y visto toda clase de pichas y chismes que uno puede imaginar.
Al salir al aire libre por fin pude decir todo lo que estaba pensando de aquella tienda y su contenido, incluido el dependiente.
—Esta es la primera y la última vez que venimos aquí —concluí yo después de haber vomitado toda clase de insultos sobre la tienda.
Niuf Niuf aun con los pómulos sonrojados solo contesto:
—Tampoco deberíamos haber ido esta vez.
—Tu tranqui, la picha la compramos por internet
—Si eres tú la que la necesita.
—Sí, pero tú la vas a comprar.
—Jo. ¡Siempre me toca la parte de pagar, coño!
miércoles, 1 de julio de 2015
SIR BEECELOT
En el asiento trasero de
la moto a 120 por hora iba yo hacia un pueblo desconocido a un evento extraño.
Con un nudo en la garganta y los dedos de las manos clavados en los riñones de
mi chofer pensaba yo si había sido una buena idea aceptar ese trabajo.
El cliente se llamaba
Harley por el nombre de la moto, claro. Hace tiempo que lo conocía y me propuso
un viaje. Como su oferta era bastante atractiva obviamente la acepté. Lo que no
me podía imaginar es que el viaje seria en moto, de noche y hacia un sitio
sorpresa. Solo esperaba que el hotel fuera un hotel y no una tienda de campaña
en medio de la nada.Después de unos 40 minutos de velocidad, viento y nervios entramos en Altafulla. El Harley buscaba un polígono industrial en concreto y preguntaba a la gente el camino. Al final llegamos allí. Desde lejos se podía oír música, luces y el ruido de los motores. “¡Oh, no!”, pensé yo, “¡Una fiesta de moteros!”.
Obviamente lo era. Un montón
de gente con sus motos ocupaba un enorme descampado en la zona industrial. Un
grupo de músicos en un escenario pequeño cantaba country. Vestidos con los
típicos pañuelos, sombreros y botas de los cowboys unos veinte motoristas
bailaban a ritmo de esa música.
“¿Qué es eso? ¡Qué
espanto!”, pensaba yo mientras aparcábamos la moto. Por fin habíamos parado y
yo me centré en intentar colocar mis glúteos en el sitio que les correspondía y
en la forma lo mas redonda posible. Me quité el casco y en ese mismo instante
un fuerte empujonazo casi me hizo caer al asfalto. Me di la vuelta y vi a un
enorme gorila, calvo, con brazos tres veces más gordos que toda yo y
completamente cubiertos por tatuajes de calaveras y cruces. Llevaba la chaqueta
de cuero sin mangas desabrochada por debajo de la cual se veía el torso también
lleno de la misma clase de imágenes.
—Ay perdona, me he
equivocado, creía que eras otra persona —dijo el monstruo enseguida
disculpándose. Intentó construir una sonrisa pero solo le salió una horrible
mueca, la cual hizo su cara más siniestra todavía.
—Harley, ¿quién es esa
chica? La he confundido con Lolita, jaja —gritó el gorila a mi cliente.
“Por favor, no me digas
que son amigos”. El Harley por muy motorista que fuera, era una cosita diminuta
y muy delgadita, no tenía ni un solo tatuaje en el cuerpo y trabajaba de
contable en una oficina de Cornella. Lo único que podría hacerte sospechar de
su vida fuera de lo normal era el pequeño pendiente que llevaba en la oreja
cuando venía a verme. Además era tan cariñoso en la cama que no podía imaginarlo
en compañía de ese Godzilla ni en sueños.
—Es Alicia, una amiga
rusa, ten cuidado con ella que tiene muy mala leche y dientes afilados —comentó
el Harley, lo cual le agradecí con la mirada.
—Ah, ya, venga vamos pa
ya, que os estáis perdiendo lo mejor —nos llamo el gigante a unirse con el
resto de la gente.
Vestida de cuero con el
casco en la mano y la chaqueta en la otra me arrastraba hacia la muchedumbre
sudada y borracha con la “enorme” ilusión. El Harley en compañía de Garry (el
gorila) fue a saludar a todos sus amigos por el recinto dejándome con la
botella de cerveza entre un montón de motos.
Aburrida y sin saber que
hacer empecé a chafardear. Las motos la verdad eran preciosas. Todas eran
grandes, negras, algunas tenían dibujos muy elaborados, otras eran más sencillas,
pero con clase. Me llamó atención una moto que estaba un poco apartada. Tenía
algo en la parte trasera, algo sentado y con orejas. Me acerqué y vi un
pobrecito osito de peluche atado al asiento. El osito tenía pinta de tener como
40 años, haber pasado por toda clase de aventuras con su dueño e incluso a lo
mejor haber sobrevivido varios accidentes. Me senté al lado suyo y desde ahí
fui observando a la gente.
Las que más me
sorprendían eran las mujeres motoristas. La mayoría de ellas eran muy bastas y
se comportaban como marimachos. Muchas de ellas ya habían pasado los 50, sin
embargo seguían llevando la vida de alcohol, droga y rock-n-roll.
Al acabar mi botella me despedí
del osito pensando que este tendría muchas historias para contarme y fui a
buscar a mi Harley. Le encontré en compañía del mismo gorila Garry, el cual
estaba contando una historia.
—Ya ves, el pobre Sir
Beecelot, lo que sufrió. Le lleve yo mismo al hospital para que le pongan otra
vez la pierna en su sitio.
El Harley se estaba
partiendo de risa lo cual yo no entendía en absoluto. Si se lleva a alguien con
ese extraño nombre a un hospital no es que sea muy divertido.
—El Garry nos está
contando la historia de su última caída de moto —dijo Harley sonriendo. —Cuéntaselo
otra vez para que Alicia se entere.
El Garry no se hizo
suplicar.
—Pues eso, iba yo por la
nacional y entonces un camión se sale del carril y directamente hacia mí. Yo
intento esquivarlo y se me cae la moto y doy un montón de vueltas por la arena,
pero el pobre Sir Beecelot que iba en asiento de atrás se quedo allí y paso
justo por debajo del camión. Así que acabó en hospital medio muerto.
—¡Qué horror y que
peligro! ¿Y ahora como esta? —me preocupé por alguien completamente
desconocido.
—Ahora está bien, si
quieres te lo presento.
—Ah, ok —dije yo sin
ningún entusiasmo.
Nos fuimos los tres en búsqueda
del tal Sir y empezamos a dar las vueltas entre las motos y la gente.
—Tiene que estar por
aquí. Ahora lo encontramos —decía el
Garry.
Yo simplemente le seguía
callada y con otra botella de cerveza en la mano.
—Ah, aquí esta —por fin
dijo el Garry y señaló a la moto donde estaba sentado mi amigo osito.
—Sir Beecelot le
presento a Alicia, que es rusa y tiene dientes, así que cuidado —dijo al Garry
al osito.
Yo me quede
boquiabierta. “¿En serio? ¿Sir Beecelot? No me lo podía creer. El Garry, ese
monstruo con pinta de sicario tenia de compañero de viaje a un osito de peluche
llamado Sir Beecelot.
Garry cogió a su
peluche, lo abrazo con sus enormes manos y empezó a darle besitos y
acariciarle. Harley se reía y yo no sabía dónde meter mi cara para no explotar
de la risa delante de ese hombre tan horrible y tan cariñoso con su osito.
…
Pasadas las tres de la
noche por fin llegamos al hotel, que era de tres estrellas y tenía una cama muy
cómoda. Yo estaba deshecha y después de ducharme me tumbe en la cama y deje que
el Harley hiciese todo el trabajo. Mientras tanto
medio
dormida soñaba con las aventuras del Sir Beecelot y su particular Godzilla.


martes, 30 de junio de 2015
EL AVENTURERO Y EL CAZADOR
—Tengo ganas de una
aventura, hace tiempo que no lo hago en el coche —me dijo el Aventurero.
—Buah, no sé, no me
gusta mucho la verdad, pero bueno, por ti lo hago.—Vale, perfecto, yo conozco un sitio muy tranquilo. ¿Puedes llevar un vestido corto, sin sujetador ni bragas?
—Veré que puedo hacer.
…
Subíamos en el coche por una carrerea de tierra llena de piedras hacia las ruinas del castillo abandonado. Su impaciencia por llegar cada vez era más evidente. De vez en cuando desviaba la vista de la carretera a mis piernas apenas cubiertas con el vestido azul, después subía la mirada hacia el pecho que sobresalía del escote tipo palabra de honor antes de volver a mirar la carretera. Casi podía ver como se le caía la baba y la volvía a succionar hacia dentro.
Por fin llegamos al sitio escogido, las ruinas eran muy antiguas y solitarias. Desde lo más alto se podían apreciar bonitos paisajes, menos el del norte que estaba ocupado por una horrible fábrica de cemento.
Dimos la vuelta a las ruinas. Yo con mis tacones apenas podía andar, esos se metían en todos los pequeños agujeros de la tierra, entre las piedras y las raíces de los arboles. Sin embargo eso no me estropeó la visita al mundo medieval.
Volvimos al coche y él se sentó en el asiento de atrás. Esa era la señal para empezar a trabajar. Me senté encima suyo separando las piernas, el levantó mi vestido y su cara de preocupada se convirtió en feliz.
—No llevas braguitas, ¡oh!, ¡qué buena eres!, ¡ah!, ¡oh!
—Es que hace calor —aparenté yo encontrar una escusa.
Sacó uno de mis pechos del vestido y empezó a acariciar el pezón con su lengua. Su mano subía de mi nalga hacia la espalda.
De repente un coche lleno de gente se acercó al nuestro. Espantados nos pusimos bien derechos sentados uno al lado del otro como si fuéramos dos niños traviesos regañados por su madre.
Del coche salió una familia con dos niños y todos fueron a ver las ruinas. Nosotros decidimos cambiar del lugar. Cogimos el coche y nos fuimos hacia el bosque. Esta vez intentamos encontrar un sitio mucho más solitario y abandonado. Siguiendo caminos de cabras entramos en lo más profundo del bosque y nos paramos cuando ya no había más camino entre los árboles. Apenas se podían abrir las puertas del coche para salir ya que las ramas de los pinos nos rodeaban por todos lados.
Contentos por haber encontrado un lugar perfecto salimos del coche. El olor a pino y el susurro del viento moviendo las hojas de los arboles crearon el atmosfera perfecto para pasar un rato.
Nos colocamos de pie al lado de un pino y seguimos con nuestro proceso. Yo con mi vestido en la cintura y los tacones puestos me apoyaba en el tronco de un árbol, mientras el sin pantalón pero en camiseta me penetraba por detrás.
Estaba a punto de correrse cuando un suave crujido interrumpió su marcha. Miramos los dos a la derecha desde donde venia el ruido y vimos un pequeño animalito rebuscando entre las hojas y las raíces. Tranquilizados suspiramos cuando de repente otro sonido mucho más fuerte nos hizo volver las cabezas a la izquierda.
¡Qué horror! Justo delante de nosotros apareció un hombre vestido con chaqueta y botas. Seguramente un cazador o un guardabosque o algo parecido. Tampoco nos quedamos quietos para averiguar a qué se dedicaba.
—¿Qué hacéis? —nos preguntó mas sorprendido que nosotros.
Sin contestar y muy asustados saltamos al coche en dos zancadas.
Mientras el Aventurero buscaba la llave yo gritaba como una loca:
—¿Arranca arranca! ¿A qué esperas?
—No sé donde está la llave.
Aguantando la puerta con las dos manos yo seguía gritando cuando vi que el Cazador riéndose levantó el pantalón de mi cliente del suelo y lo acercó a mi ventana. Del bolsillo se sobresalía la llave del coche.
El Aventurero tapándose la picha con la camiseta miraba al hombre horrorizado, mientras yo con terror en los ojos abrí un poco la puerta por la que el Cazador me pasó el pantalón. En cuanto lo pude coger cerré la puerta de un portazo tire el pantalón a mi cliente y grite otra vez:
—Venga tío arranca ya de una puta vez.
El coche arrancó y marcha atrás nos fuimos del sitio dejando ahí al Cazador riéndose de nosotros. A unos dos kilómetros de allí vistiéndonos en el coche en marcha ninguno de nosotros abría la boca. Ya ninguno tenía ganas de aventuras.
lunes, 29 de junio de 2015
VIEJA AMIGA
-¿Te acuerdas del viejo dicho de que una mujer
tiene que tener tres animales?
-Si, a ver… ¿cómo era?
-Pues que cada mujer tiene que tener tres animales: un
mustang en el garaje, un león en la cama y un cabron que lo pague
todo.
- Jaja, si, ahora me acuerdo.
-Pues yo tengo tres animales: el coche que tengo es más
bien un caballo viejo, mi marido es una especie de vaca y un gato que es un
gato. Ah, y yo que trabajo como una cabra para pagar todo eso, jaja.
-Vaya, pues los míos son más bien todos cerditos, a
excepción del coche que es como camello, anda despacio y encima escupe aceite, ah y la
niña que es una especie de dinosaurio, jaja.
-Pues no sé que es peor, tía, tu caso o el mío,
jaja.
Sonó mi teléfono. Un cliente de los habituales quería
venir a verme.
-Oye, ¿quieres recordar los viejos tiempos? Ahora quiere
venir uno, que lleva como dos años pidiendome una amiga.
-No sé, es que hace tiempo que no hago eso. Además mi
marido…
- Anda ya, tu marido no sabrá nada de eso y el dinero
nunca sobra, venga di algo que el cliente está esperando.
-No se…
Yo ya estaba contestando al cliente:
-Sí, mi amiga que es guapísima si quieres esta aquí
ahora...
El cliente feliz aceptó la propuesta y dijo que en
veinte minutos estaría en mi casa.
-Ay, no se… -seguía mi amiga con su rollo. Yo mientras
tanto le estaba buscando algo sexy en mi
armario.
-Anda ponte esto, seguro que te irá bien –dije yo y le
acerqué una picardía roja y unos zapatos de tacón altísimos a juego.
Se lo puso repitiendo sus “no ses”, se miró al espejo y
dijo:
-Yo tenía uno parecido cuando trabajaba en el club,
ahora ya no tengo nada de esa ropita tan sexy.
Pasada media hora estábamos en la cama los tres
revolcandonos. Me venían recuerdos de nuestro trabajo juntas y lo bien que lo
pasábamos. La amiga en principio estaba nerviosa, pero después se dejó llevar y
empezó a disfrutar. El cliente más feliz que el dios, solo repetía: “Estoy en el
paraíso, estoy en el paraíso” y a veces hacia ruiditos parecidos a “Oink
Oink”.
Cuando se fue el cliente, la amiga se sentó triste en la
cama y me dijo:
-¿Y ahora qué? ¿Ahora como le voy a mirar a los ojos a
mi marido?
-Pues con la misma cara de siempre. Todos tus nervios y
pensamientos solo están en tu cabeza, no se ven, ni en tus ojos ni en tu cara.
Así que relájate y sigue igual que antes.
-Buah, no se… - empezó ella otra vez.
-No seas tonta, por una vez ¿en cuántos? ¿en diez años?,
en vez de trabajar como una cabra te lo has pasado como una reina y encima has
cobrado…
viernes, 26 de junio de 2015
ATRAPADA EN LA JUNGLA
Iba corriendo por la
jungla. La tierra suave con abundante vegetación me acariciaba los pies. Las
raíces de los árboles que sobresalían de la tierra eran obstáculos divertidos y
fáciles de saltar. Los rayos del sol atravesando las hojas de gigantescas
palmeras iluminaban de vez en cuando la tierra y mi cuerpo, lo cual alegraba
aun más mi rápido viaje a través de la selva. A donde iba con tanta prisa y de
donde venia no lo sabía ni me importaba lo más mínimo. Solo sentía el placer
del movimiento de mis músculos, el aire cálido y húmedo y las imágenes del
maravilloso lugar que iba atravesando.
De repente me di cuenta
de que no Estaba haciendo deporte en la jungla sino que escapaba de alguien. Súbitamente
la alegría se esfumó y sentí una profunda sensación de preocupación e
inquietud.
Y entonces le vi: el
brillante y bronceado cuerpo de un hombre salvaje iluminado por los rayos del
sol. Estaba buscándome entre los árboles. Salté hacia profundidad de la vegetación
y me tumbé en la tierra. Pasó justo delante mío, paro un momento escuchando los
sonidos de la jungla. Pero todo estaba en silencio. Sus músculos eran
perfectos, me excitaban solo de verlos aun a lo lejos, cada curva de su cuerpo
provocaba la extraña sensación de necesidad de estar cerca de él. Sin embargo
la razón podía con la primitiva llamada de la naturaleza. Esperé a que se alejara
y cogí el rumbo hacia arriba – a la montaña. No sabía porque huía, pero sabía
que tenía que hacerlo.
Supongo que me iban a
comer después de hacerme a la barbacoa o quizás me iban a casar con el más
viejo y sabio del pueblo. No me acordaba y la verdad no me quería acordar. Pero
la imagen de ese cuerpo perfecto no se me iba de la cabeza y seguía sintiendo
la fatal atracción hacia él, lo cual desde luego no era bueno.
Corría y corría, subía
montaña arriba entre los árboles y lianas, esquivando bichos varios que
aparecían en mi camino y asustados tropezaban y caían justo debajo de mis pies.
Los pájaros y monos parecían saber a dónde iba y me acompañaban volando y
saltando encima de mi cabeza.
Paré en un claro un
segundo para orientarme. Todo parecía estar tranquilo cuando de repente dos fuertes
brazos me empujaron sin delicadeza hacia una piedra enorme y cálida en el medio
del claro. No veía a mi atacante, pero sentía su pene entre mis nalgas. De
repente me di cuenta que estaba completamente desnuda con la excepción de la
ridícula falda hecha de hojas de palmera que se mantenía todavía en mi cintura.
El pene del atacante se deslizaba suavemente entre mis nalgas mojándome con su
flujo más y más. Sentí el insoportable deseo de ser penetrada por él. Mis
nalgas subieron por si solas, la espalda se doblo creando una forma atractiva
de media luna y todo mi ser se preparo para el supuesto placer. El silencio
predecía el comienzo de la tormenta, pero no paso nada.
Esperando y sin menguar
ni lo mas mínimo el deseo seguía yo tumbada sobre la piedra cálida en el medio
de la jungla. El suave sonido de las pisadas llamó mi atención y entonces vi
pies rodeándome, muchos pies que se acercaban más y más. Pensé: “Vaya, ahora
viene toda la tribu, al menos parece que me follaran antes de comerme, lo mismo
será placentero y todo”. Empecé a reírme de mis propios pensamientos. Y me
desperté.
“Que rollo”, pensé
primero, “vaya sueño”. Pero enseguida me arrepentí de haberme despertado,
intenté reconciliar el sueño, pero mi tribu ya se había ido, solo se quedó la
piedra en el medio del claro y unas vistas preciosas hacia la selva. “Al menos
disfrutaré del paisaje”, pensé yo. Doble mi falda de hojas y me senté en la
piedra a despertarme tranquilamente con los primeros rayos del sol que entraban
por la ventana de mi habitación a través de las enormes hojas de las palmeras.
jueves, 25 de junio de 2015
DESDENTADOS
Sentada junto a la barra con la cabeza apoyada en el codo saboreaba
mi cubata de ron con coca cola. Aburrida
sin muchas ganas de trabajar y con el sueño que no me podía quitar de encima
escuchaba las quejas de una amiga. Me contaba lo mal que se había portado con
ella su reciente novio y los problemas que había tenido para recuperar sus
cosas después de haber roto con él.
— Tú te crees el cabrón no me quería devolver mi maleta —se quejaba la chica. Yo no le decía nada. Siempre elegía novios muy chungos, ninguno de ellos trabajaba y todos se habían aprovechado de ella. Yo le decía que esa clase de personas no le convenían, pero parecía que cuanto más cerdo era el tío más le atraía.
— Ese al menos no te pegaba como el yugoslavo que tenías hace un año —le comenté.
— Es que en aquel entonces era tonta —me dijo segura de que ahora ya había dejado de serlo.
— Ya —conteste yo por no decir lo que realmente pensaba.
La mirada del camarero se quedó clavada en la entrada del club lo que significaba que alguien indeseable había entrado. Me giré para ver quién era y vi un grupo de hombres de origen desconocido, bastante guarros y feos entrando por la puerta.
—¿Esos tan feos de donde serán? —dije yo en voz alta.
—Parecen serbios o de por ahí —contestó camarero.
El grupito se acercó a la barra y pidieron dos cervezas para cuatro que eran. Compartiendo las botellas entre ellos estudiaban con detalle el local y las chicas. Todas los estábamos mirando y creo que todas con la misma cara de asco.
Pasados un par de minutos uno de ellos se levantó del asiento y voló hacia mí y mi amiga. La tonta de amiga le estaba sonriendo.
—Hola chicas —pronunció él con cierto acento eslavo, pero con seguridad de alguien que sabe hablar español.
—Hola, que tal. ¿Cómo te llamas? —empezó a coquetear con el mi amiga.
El tío no le hizo ni caso, se acercó a mí y preguntó:
—¿Para quién trabajas monada?
—¿Y eso?
—¿Tienes protección?
—Si, preservativos.
—Jaja, que graciosa.
En este instante se acercaron todos sus compañeros. Sonreían con las bocas bien abiertas. Entre los cuatro tenían unos cinco dientes en total. Yo alejaba la nariz disimuladamente hacia la barra que apestaba a cerveza, lo cual me parecía oler mucho mejor que esos cuatro.
—¿Tienes novio? –preguntó el más joven de ellos.
—Si, claro.
—Pero seguro que no es como nosotros. ¿Qué es un viejo español o algo así?
En ese instante entraron un par de policías urbanos al local. El jefe, al que ya conocía, me sonrió. Levanté la mano exageradamente para saludarle, casi salté de la silla para que me viera.
—Ese es mi novio – comenté a los cuatro feuchos.
Al ver el tamaño y la musculatura del policía los cuatro a la vez empezaron a desvanecerse en la sombra del local y poco a poco, como el flujo del petróleo del Prestige se fugaron por la puerta.
El policía se acerco.
—¿Que tal estáis chicas? – nos preguntó a mí y a mi amiga.
—Aquí aguantando la basura —contesté.
—Bien, hasta pronto entonces.
Y se fue con su compañero a tomar una copa. La amiga furiosa me dijo:
—Tu capullo de poli nos espantó a los clientes.
Yo solo moví la cabeza pensando que tonta era la chica.
— Tú te crees el cabrón no me quería devolver mi maleta —se quejaba la chica. Yo no le decía nada. Siempre elegía novios muy chungos, ninguno de ellos trabajaba y todos se habían aprovechado de ella. Yo le decía que esa clase de personas no le convenían, pero parecía que cuanto más cerdo era el tío más le atraía.
— Ese al menos no te pegaba como el yugoslavo que tenías hace un año —le comenté.
— Es que en aquel entonces era tonta —me dijo segura de que ahora ya había dejado de serlo.
— Ya —conteste yo por no decir lo que realmente pensaba.
La mirada del camarero se quedó clavada en la entrada del club lo que significaba que alguien indeseable había entrado. Me giré para ver quién era y vi un grupo de hombres de origen desconocido, bastante guarros y feos entrando por la puerta.
—¿Esos tan feos de donde serán? —dije yo en voz alta.
—Parecen serbios o de por ahí —contestó camarero.
El grupito se acercó a la barra y pidieron dos cervezas para cuatro que eran. Compartiendo las botellas entre ellos estudiaban con detalle el local y las chicas. Todas los estábamos mirando y creo que todas con la misma cara de asco.
Pasados un par de minutos uno de ellos se levantó del asiento y voló hacia mí y mi amiga. La tonta de amiga le estaba sonriendo.
—Hola chicas —pronunció él con cierto acento eslavo, pero con seguridad de alguien que sabe hablar español.
—Hola, que tal. ¿Cómo te llamas? —empezó a coquetear con el mi amiga.
El tío no le hizo ni caso, se acercó a mí y preguntó:
—¿Para quién trabajas monada?
—¿Y eso?
—¿Tienes protección?
—Si, preservativos.
—Jaja, que graciosa.
En este instante se acercaron todos sus compañeros. Sonreían con las bocas bien abiertas. Entre los cuatro tenían unos cinco dientes en total. Yo alejaba la nariz disimuladamente hacia la barra que apestaba a cerveza, lo cual me parecía oler mucho mejor que esos cuatro.
—¿Tienes novio? –preguntó el más joven de ellos.
—Si, claro.
—Pero seguro que no es como nosotros. ¿Qué es un viejo español o algo así?
En ese instante entraron un par de policías urbanos al local. El jefe, al que ya conocía, me sonrió. Levanté la mano exageradamente para saludarle, casi salté de la silla para que me viera.
—Ese es mi novio – comenté a los cuatro feuchos.
Al ver el tamaño y la musculatura del policía los cuatro a la vez empezaron a desvanecerse en la sombra del local y poco a poco, como el flujo del petróleo del Prestige se fugaron por la puerta.
El policía se acerco.
—¿Que tal estáis chicas? – nos preguntó a mí y a mi amiga.
—Aquí aguantando la basura —contesté.
—Bien, hasta pronto entonces.
Y se fue con su compañero a tomar una copa. La amiga furiosa me dijo:
—Tu capullo de poli nos espantó a los clientes.
Yo solo moví la cabeza pensando que tonta era la chica.
lunes, 22 de junio de 2015
PARADISE
Aburrida de la rutina diaria y harta de mis clientes habituales
decidí cambiar de aires y visitar alguno de los clubs que no conocía. Elegí el
Paradise como destino para mi próxima aventura.
El club, famoso por su
tamaño y ubicación, hacía tiempo que atraía mi atención. El único inconveniente
que veía era el idioma. Situado en la Junquera era el sitio frecuentado por
franceses, ya que en su país tenían muy difícil echar una cana al aire. Sin
embargo pensé que quizás más de uno hablaría ingles o español y que al final
nos entenderíamos.
Llamé con antelación al
club para reservar una plaza. Me dijeron que podía ir cuando quisiera, así que
al día siguiente a eso de las cinco de la tarde me presente ahí. El monstruoso
edificio guardaba en silencio los secretos de la vida nocturna. En la recepción
acababan de iniciar el trabajo y las pocas chicas que estaban preparadas para
empezar tomaban café en la entrada.
Me explicaron las normas
que yo ya conocía, me dieron la tarjeta para acceder a la habitación y
mostraron el pasillo que llevaba hasta ella. Las habitaciones se encontraban en
el sótano, mientras que la sala estaba en la planta baja. Me duché, me cambié
rápidamente y subí a la sala.
Era un espacio enorme
con cinco barras separadas, detrás de las cuales había un ejército de
camareros. Las luces de neón eran las únicas que iluminaban el ambiente, un
enorme escenario donde una chica delgadísima bailaba estriptis atraía todas las
miradas. Di una vuelta a la sala buscando mi primera víctima bajo las
amenazadoras miradas de las otras chicas. Casi todas eran rumanas.
No encontré ninguna
rusa. El atmosfera era bastante hostil. Las chicas atacaban a los clientes con
buena pinta antes de que yo pudiera acercarme a ellos, la mayoría de los
hombres eran jóvenes de unos 20 añitos franceses de origen árabe. Los pocos
maduros eran españoles de los pueblos de al lado y constantemente estaban
asediados por las rumanas. Empecé a sentirme muy sola y aburrida hasta que se
me acercó un hombre con traje y corbata de unos 50 años y empezó la típica
conversación de bienvenida en un español girones.
Me explicó los pequeños
detalles del trabajo en ese club como buen conocedor que era por cliente
habitual. Siendo yo la atractiva novedad al final decidió subir conmigo a la
habitación. “Subir” realmente era “bajar”. Pasamos por los pasillos iluminados
con las tiras de luces LED sin que me abandonara la sensación de hostilidad.
“Un club tan enorme y con tanta fama y no hay ninguna rusa”, pensaba yo. “No
durare aquí mucho, quizás tres o cuatro días”.
Pasados tres días estaba
camino de vuelta a mi casa desesperada por volver a ver mis clientes de
siempre y seguir con mi rutina diaria.
sábado, 20 de junio de 2015
EL GRANO EN EL CULO
—¡Ay! Aquí me duele algo —le dije a mi cliente intentando ver
el punto provocador del daño. Como ese punto estaba en mi culo mis intentos
acabaron sin resultado.
—Déjame ver que tienes ahí — me ofreció su ayuda al ver mis
patéticos intentos de doblarme para acercar mis ojos a mi propio culo.—¡Ay no! Me da vergüenza.
—Anda ya, trae el culo “pa ca” —dijo el firmemente encendiendo la luz.
Me puso a cuatro patas y apretó la espalda para ver mejor lo que tenía entre mis nalgas.
—¿A ver, donde?
—Ahí.
—Aquí tienes un agujero.
—Ya, cuando era zigoto tenía una cola y al nacer se me cayó, así que me quedé con el agujero.
—¿Qué eres un alíen o algo así?
—Eso, eso un alíen, pero eso no es, está un poco más abajo.
—A ver a ver, ah, aquí hay un granito chiquitito.
—¡Ay ay! No lo toques.
—Ya esta, se ha roto.
—¿Como que se ha roto, que le has hecho?
—Yo nada, el mismo se lo ha hecho. Anda dame una gasa o algo y el Betadine que te lo pongo.
—Ay, no sé, eso pica.
Le traje la gasa y el Betadine, pero sin estar muy convencida de que quería que me lo aplicara.
—Ven “pa ca” que te voy a curar.
—Ay, no sé, eso duele.
—Venga ya, no seas tan “quejona”.
Me apretó la gasa en el punto dolorido suavemente y de repente un intenso dolor paralizó mi mente. Salté de la cama con gritos “Pica, pica, pica” intentando ventilar el culo, pero no se ventilaba.
Empecé a dar vueltas por el piso llorando y gritando: “como pica, como pica” y como el picor no se iba salí al balcón donde yo suponía que el aire seria más frio y quizás, me aliviaría el dolor. El cliente flipando igual de desnudo que yo me seguía. Nada más salir me encontré de cara con un bicho volador que atraído por las flores de mis plantas daba vueltas en el aire.
Con pánico intente escaparme de sus garras imaginarias y, al tropezar con la caja de azulejos que estaba en el medio me caí al suelo.
El cliente se partía de risa, sin embargo cogió el primer trapo que vio y dando vueltas en el aire con él me salvó del bicho que me atacaba.
Me tranquilice un poquito, mire el reloj, ya era la hora de ir al dentista. El cliente se ofreció a acompañarme.
…
—No sé el tiempo que voy a estar, me van a operar la encía que tienen que sacar no se qué cosa de ahí.
—Tranquila te espero —me dijo el amablemente mientras yo salía de su coche.
Pasada una hora con la cara completamente torcida por la anestesia salí yo al aire libre. El cliente me seguía esperando.
—¿Quieres un café o algo?
—Vale.
Sentados en la terraza de un bar nos reíamos de la aventura de aquella mañana mientras yo intentaba sorber mi café por el lado izquierdo de mi boca, el lado que no estaba afectado por la anestesia. Las gotas del café se me caían a la blusa y yo maldecía al dentista y al bicho volador.
—¿Que te han dicho?
—Pues que los que me habían tocado la muela hace como 20 años me habían dejado ahí un trozo de herramienta y eso ha provocado una infección y no sé qué historia más y ahora no se puede arreglar, se tiene que sacar la muela.
—Menuda prostituta estás hecha con el culo y la cara averiados, ahora solo falta que te viniera la regla —comentó el cliente riéndose.
—Pues no te creas, lo mismo me viene esta tarde —conteste yo tristemente, sintiéndome más que pobrecita.
viernes, 19 de junio de 2015
EL MIEDO
Me vi de repente ante un
club de aspecto viejo y dejado. Algunas de las letras del letrero ya no tenían luces, otras estaban medio descolgadas.
Las paredes grises y sucias con ventanas pequeñitas y oscuras no invitaban a
entrar. A pesar de ser ya de noche apenas había coches en el aparcamiento,
aunque, quizás, hubo alguno detrás del edificio. Detrás de las rejas que
rodeaban el edificio se adivinaba un en
su época bonito jardín, ahora abandonado y lleno de malas hierbas. Enormes
pinos tapaban la parte trasera del edificio aumentando la sensación de
incertidumbre y decrepitud del lugar. Dos
enormes gárgolas con sus bocas abiertas me miraban desde el techo, avisándome
del peligro que me esperaba en el interior.
En la sala oscura apoyados en la barra varios hombres tomaban sus bebidas y hablaban entre ellos. Di la vuelta por toda la sala y descubrí escaleras que llevaban al otro espacio. Las seguí y aparecí en otra sala aun más oscura que la primera. Apenas pude distinguir varias figuras pegadas a la barra y otras sentadas en los sillones. Un par de chicas en faldas cortas hablan con un hombre, el camarero servía copas a un grupo de jóvenes. Todo parecía muy normal.
En la sala oscura apoyados en la barra varios hombres tomaban sus bebidas y hablaban entre ellos. Di la vuelta por toda la sala y descubrí escaleras que llevaban al otro espacio. Las seguí y aparecí en otra sala aun más oscura que la primera. Apenas pude distinguir varias figuras pegadas a la barra y otras sentadas en los sillones. Un par de chicas en faldas cortas hablan con un hombre, el camarero servía copas a un grupo de jóvenes. Todo parecía muy normal.
Detecté la mirada de un hombre de unos 40 años. Bajito y delgadito
se acercó indeciso y me preguntó por el servicio. Hicimos el trato y fuimos a
la habitación. Como no sabía a dónde ir pregunté en la recepción. Una señora
mayor y con cara de bruja me indicó la puerta abierta hacia una pasillo oscuro.
Entré en el pasillo seguida por el hombrecillo. La luz se hacía cada vez más
escasa, detecté un movimiento a mi derecha y vi a la luz de una vela un hueco
en la pared que hacia un arco. Me acerqué y en la luz LED roja del suelo vi a
un hombre penetrando a una chica en un banco pegado a la pared. Me alejé
murmurando algo como “¿No deberían de hacerlo en una habitación?”.
Pasados unos metros vi a la izquierda otro hueco. Allí una mujer alta y esbelta vestida de látex con botas altas pegaba a un hombre atado
a la pared con un látigo. Seguí mi camino, pensando que es un sitio muy raro y
tenebroso. Mi hombrecillo me siguió con la misma cara de flipe que yo. Fuimos pasando de unas imágenes a otras: lesbianas
haciendo el amor, mujeres penetrando hombres con arnés, una enfermera metiendo
algo enorme al ano de un hombre, una mujer colgada en las redes poseída por
varios hombres. Con cada paso que hacía en la oscuridad la extraña sensación de
que algo malvado me rodeaba se hacía más y más agobiante.
De repente apareció un grupo de jóvenes completamente desnudos con mascaras
venecianas en las caras. Saltando y riéndose nos adelantaron y desaparecieron en
la oscuridad de uno de los pasillos.
—No estoy segura de que vamos bien —le dije a mi acompañante— me
parece que estamos dando vueltas. Esa mujer de ahí, creo que ya la hemos visto
antes, ¿no?—. Me di la vuelta y… mi acompañante no estaba. El pánico se adueñó de mí penetrándose en los rincones más
escondidos de mi cuerpo, en cada musculo, en cada hueso. “Estoy sola en un
pasillo sombrío de un sitio siniestro y no sé ni donde está la salida”, pensé
mientras intentaba calcular cuánto tiempo habíamos estado andando. “No puede
ser que el edificio sea tan largo. Aquí no hay ventanas, ni luz, estoy bajo
tierra”.
Me di la vuelta intentando recordar la secuencia de las imágenes
que había visto por el camino para volver atrás, pero los nervios no me dejaban
pensar.
Empecé a correr tan rápido como podía con mis tacones altos. Me paré y quité
los tacones, noté como el frio del suelo se apoderaba de mis pies. Aceleré,
como un fantasma de un antiguo castillo vestida con la túnica blanca y ligera
volaba por los pasillos en búsqueda de la salida. Y por fin: la luz. Ahí estaba
la salvación. Era tan intensa que después de tanto rato en la oscuridad apenas podía
distinguir su fuente. Me acerque con temor y respeto. Era la luz de una lámpara
normal y corriente en una habitación completamente normal. Entré, miré hacia
atrás. Por el hueco en la pared se podía ver el pasillo oscuro con las paredes
de piedras.
Abrí la puerta de la habitación, no me importaba a donde me lleve
siempre y cuando no sea al mismo pasillo diabólico. Era la puerta hacia el
exterior. Salí con un salto al frescor de la noche y cerré la puerta. “Por fin
fuera”. Las viejas Gárgolas clavaban sus peligrosas miradas en mí y sus bocas parecían
decirme “vuelve, vuelve…”
“Ah, mis cosas, están ahí dentro, ¿qué hago?”, pensé. Y en este
instante algo asqueroso empezó a subir por mi pierna apretándola con fuerza.
Miré hacia abajo y vi a un enorme pitón moviéndose por mi pierna. Todos mis
músculos se contrajeron........
De repente el pitón empezó a lamerme la pierna con su partida en
dos larga lengua. “Eso no me lo creo”, pensé yo y... me desperté. Mi perro
lamia mi pierna intentando llamar mi atención para que lo sacase a pasear. La
luz del sol recién levantado entraba por la ventana…
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